Opinión

Electos

Hace unos años, no recuerdo cuántos, escribía un artículo en esta misma contraportada de este semanario en el que cometía la bisoñez de reivindicar, como buen súbdito, mi derecho a voto en las elecciones al imperio planetario y advertía de la injusticia de que sólo tuvieran derecho a elegir presidente unos cuantos millones de estadounidenses.

Hace unos años, no recuerdo cuántos, escribía un artículo en esta misma contraportada de este semanario en el que cometía la bisoñez de reivindicar, como buen súbdito, mi derecho a voto en las elecciones al imperio planetario y advertía de la injusticia de que sólo tuvieran derecho a elegir presidente unos cuantos millones de estadounidenses. El gobierno de su país, empeñado en entrometerse donde le viene en gana (un país convencido de que sus soldados en el extranjero no tienen que someterse al Tribunal Penal Internacional que juzga al resto de soldados del mundo) decide buena parte del futuro político, económico, cultural y de gustos cinematográficos y gastronómicos de todos nosotros. Pensaba que yo también tendría derecho a decidir quién sería el presidente de mi presidente español. Pues me equivoqué. No tiene sentido votar un paripé, una farsa a la que contribuyen los medios españoles ofreciéndonos falsas diferencias entre republicanos y conservadores que, en realidad, trabajan para un mismo modelo de sociedad. Los verdaderos electos son los propietarios de unas cuantas multinacionales intocables, inalcanzables a la crítica y a la justicia, que son las que ponen al presidente que pone a nuestro presidente español. Cuando un candidato se enfrente a los verdaderamente poderosos –que lo hay pero no sale en los medios–, volveré a pedir mi derecho a voto en las primarias de New Hampshire.

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