Opinión

Copla, lejana y sola

La tierra, extendida en surcos agrietados con raíces de olivos retorcidos, jaras, madroños, alcornoques, olmos solitarios en medio de la nada, ha mantenido en la copla aventada cual sementera, la causa de ser y existir, la forma consustancial de la raza, del ramalazo quejumbroso, las exiguas alegrías y las grandes y funestas angustias trenzadas entre la cal y la paloma.
La tierra, extendida en surcos agrietados con raíces de olivos retorcidos, jaras, madroños, alcornoques, olmos solitarios en medio de la nada, ha mantenido en la copla aventada cual sementera, la causa de ser y existir, la forma consustancial de la raza, del ramalazo quejumbroso, las exiguas alegrías y las grandes y funestas angustias trenzadas entre la cal y la paloma.
Hoy España está desolada mientras en sus nichos los hálitos de la copla –Miguel Molina, Rafael Farina, Manolo Caracol, Imperio Argentina, Concha Piquer y Lola Flores– arrancaron a mordiscos los sudarios y un memorial carpetovetónico pregunta: “¿Qué cosa es despecho?”.
Nadie lo sabe. Puede ser un ronroneo, la mirada furtiva en la novia virgen, el gorrión herido en el regazo de la madre palmaria, un adiós, una palabra de más, la navaja abierta, cierta y precisa herida de amor o el olvido vuelto pena.
A lo lejos, un coro rociero respondía al unísono: “Tristeza del bien ajeno”.
La malevolencia es en España parte de su propia esencia: un alborozo dulzón, no un desliz. Idolatra a sus ídolos, pero a la vez siente un placer indescriptible cuando la imagen reverenciada cae y sufre. Eso es parte inexorable de la copla y se la pude uncir al yugo arrabalero del tango: “Un sentimiento triste que se canta”.
¿Quién no ha lagrimeado alguna vez al oír ‘Falsa moneda’, ‘Ojos verdes’, ‘La bien pagá’, ‘La zarzamora’ o ‘Marinero de luces’?
La copla, con sus historias de querencias aciagas, forma parte de la memoria sentimental del pueblo. Sin ella, España sería menos España. ¡Malaya la suerte mala!
La estrofa agridulce, va de la “morenita de aceituna” en la voz de Fernando de la Morena, en un Jerez que hasta las calles cantan y los azulejos trenzan en sogas las olas, a Enrique Morente –el Picasso del cante– con ‘Venta Zoraida’ y ‘Si mi voz muriera en tierra’.
Ella rasguea, punza, clama, patalea, asusta, fluye y se desgarra en hervores sobre tonadilleras con peineta, mantilla, bata de cola y corazones picados por asta de torito asustado.
Lo dijo Manuel Machado: “Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor”.
García Lorca lo dictaminó: “Copla, gitana y sola”.