Opinión

Cocina Gallega

Cristina Buceta, en su artículo ‘Migraciones y Psicoanálisis’ publicado en el Boletín del Centro de Investigaciones Ramón Suárez Picallo, dice: “Como punto de partida, es necesario subrayar que la noción de individuo es parcialmente imaginaria ya que éste “es” en su tierra, su familia, su grupo social, su lenguaje, su cultura y su historia. Perder alguno de estos referentes impone al sujeto y al grupo, un trabajo de elaboración porque la identidad resulta conmocionada.

Cristina Buceta, en su artículo ‘Migraciones y Psicoanálisis’ publicado en el Boletín del Centro de Investigaciones Ramón Suárez Picallo, dice: “Como punto de partida, es necesario subrayar que la noción de individuo es parcialmente imaginaria ya que éste “es” en su tierra, su familia, su grupo social, su lenguaje, su cultura y su historia. Perder alguno de estos referentes impone al sujeto y al grupo, un trabajo de elaboración porque la identidad resulta conmocionada. Para ilustrar su hipótesis, la autora, médica y psicoanalista, cita a tres autores de diferentes épocas. Así, leemos a Rosalía de Castro en traducción personal de Buceta: “Si pronto no me llevas, / ¡ay! moriré de tristeza, / sola en una tierra extraña, / donde extraña me apodan, / donde todo cuanto miro, / todo me dice ¡extranjera!”. Nuestro contemporáneo, el escritor y periodista Manuel Rivas es convocado al artículo con un texto revelador de las perturbaciones que se producen en el emigrante con la ruptura de vínculos, el desarraigo inevitable: “Deja que te cuente la historia de un edema en la piel. A principio de los años sesenta, una chica marcha desde una aldea gallega a París. Trabaja duramente en la limpieza. Vive la soledad. Al poco tiempo, ante el espejo, ve que le ha salido una mancha en la cara. Ningún médico es capaz de sacársela. La primera vez que regresa a Galicia de vacaciones, años después, se le va la mancha. Al volver a París, la mancha reaparece. Se casa con un obrero metalúrgico. Tienen una hija. Cuando van de vacaciones, a la madre se le borra la mancha. Cuando ya es adolescente, a la hija no le atrae ese viaje. Al llegar a Galicia le aparece una mancha. No es ninguna metáfora. Solo una historia real”.
El tercero de los autores citados por la autora del artículo mencionado al inicio de esta columna es Ramón Suárez Picallo, escritor, periodista y político gallego obligado a exiliarse por la dictadura franquista. Nos llega al corazón cuando escribe: “Para quien ama, como a la propia luz de sus ojos, a la tierra en que nació y sobre la cual hizo su espíritu el primer aprendizaje de belleza y de amor, hay una tremenda y dramática palabra que resume todas las desventuras: “desterrado”. Es la expresión de desconsuelo, de angustia y de amargura, que gravita hoy sobre miles de almas, alejadas de su medio propio. No hay para el dolor que las agobia posibles paliativos. Ni la hospitalidad, ni el afecto, ni la estimación, ni el pan, ni el vino ofrecidos sobre la mesa extendida, tienen fuerza bastante para hacerles olvidar su triste condición de desterrados; es decir, de apartados de su propia tierra, de su hogar y del camposanto donde reposan sus muertos queridos”.
La última frase es contundente. No en vano en las antiguas culturas se temía el destierro precisamente por la posibilidad de morir lejos de la tierra donde descansaban los antepasados, y estar condenados a vagar eternamente sin poder reunirse con su origen. Reafirmando las emotivas frases de Suárez Picallo, Cristina Buceta recurre a dos especialistas, Derrida y Dufourmantelle, que señalan: “Las personas desplazadas, los exiliados, los deportados, los expulsados, los desarraigados, los nómadas tiene en común dos suspiro, dos nostalgias: sus muertos y su lengua”, y especifica que la tumba de los muertos queridos representa “el lugar de inmovilidad desde el cual calibrar todos los viajes y todos los alejamientos”.
En ese contexto, ¿qué conducta tuvieron los emigrantes que enraizaron en otro país, donde nacieron sus hijos y sus nietos? Replicar en tierra ajena “su” tierra, legitimizar camposantos a miles de kilómetros de su terruño, hacerlos reconocibles para las Santas Compañas integradas por sus antepasados, que obviamente no reconocen fronteras de origen político. Estaríamos viviendo entonces en una suerte de Galicia argentina, y esa peculiaridad de residentes en Galicia (¿exterior?) es la que deberían tener en cuenta los hacedores de leyes para no olvidar que todos los gallegos (incluyendo a hijos y nietos), al margen del lugar de residencia tenemos los mismos derechos.
En fin, vamos a nuestro territorio natural, la cocina. Estamos en tiempos de Pascua, celebrada el domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera del hemisferio norte, otra de las contradicciones con las que convivimos los que residimos al sur de la línea del Ecuador: todas las celebraciones están climatológicamente en las antípodas de nuestra realidad. Así, festejamos la invernal Navidad con 37º agobiantes, y celebramos la resurrección primaveral (el término inglés para la pascua, “Easter”, recuerda a la diosa anglosajona de la primavera) rodeados de árboles despojados por obra y gracia del otoño. Tal vez el pésaj hebreo tenga más que ver con el ánimo del desterrado, ya que recuerda la huida de Egipto y el regreso del pueblo judío a su tierra prometida. No en vano los primeros cristianos (perseguidos, empujados a la muerte o el exilio, todos judíos) celebraban la Pascua a la par cronológicamente del Pésaj, una costumbre que cambia recién con el Concilio de Nicea. Hasta la fecha, católicos, ortodoxos y evangélicos no se ponen de acuerdo para unificar la fecha. Aquí va un plato que fusiona culturas, y se ubica entre los clásicos porteños.


Ingredientes-Tomates rellenos: 6 tomates redondos maduros, 1 lata de atún, 200 gramos de queso tipo Filadelfia, 1 cucharada de mostaza, 2 huevos cocidos, sal, pimienta.


Preparación: Lavar los tomates, cortarles la parte superior (la tapa), retirar la pulpa. Salpimentar. Mezclar el atún desmenuzado con el queso y las yemas del los huevos picadas, y la mostaza. Mezclar hasta obtener una pasta cremosa. Rellenar los tomates con ella, y decorar con las claras picadas. Servir fríos.