Opinión

Cocina gallega

Según los profesores Mazettelle y Sabarots, sociólogos y antropólogos coinciden en considerar los prejuicios como construcciones dinámicas que aparecen, se modifican o se desvanecen en un grupo al calor de relaciones sociales complejas y procesos históricos específicos. Es decir, no son sólo el resultado de la confrontación con lo “diferente”, sea en términos culturales, étnicos o de clase social.

Según los profesores Mazettelle y Sabarots, sociólogos y antropólogos coinciden en considerar los prejuicios como construcciones dinámicas que aparecen, se modifican o se desvanecen en un grupo al calor de relaciones sociales complejas y procesos históricos específicos. Es decir, no son sólo el resultado de la confrontación con lo “diferente”, sea en términos culturales, étnicos o de clase social. Las relaciones de poder entre las personas en el propio seno de una misma sociedad, dan lugar a situaciones de asimetría entre los grupos, actuando de caldo de cultivo para los prejuicios.
    Claro que los prejuicios no se construyen en una sociedad de manera azarosa, sino que responden a conflictos e intereses de grupo. Dentro del amplio abanico de los prejuicios, el racismo sería un tipo particular en el que la marca identificatoria definida socialmente son los rasgos físicos, reales o imaginarios, que sitúan a los involucrados en grupos con supuestas diferencias genealógicas que determinarían desiguales aptitudes y capacidades individuales y sociales. En lo cotidiano, las diferencias se refieren a características culturales como la religión, o la lengua.
    En Argentina se discriminó con el término “cabecita negra” a conciudadanos pobres provenientes del interior del país, o llamando “tano”, “ruso” y “gallego” a los inmigrantes provenientes de Europa. Aún hoy se descalifica y se trata como a extraños a jujeños o salteños, refiriéndose a ellos como “bolitas”, palabra despectiva para “boliviano”.
    Según denuncia el diario español ‘El Mundo’, se discrimina en la Península a argentinos que aspiran a alquilar una vivienda. Algunas inmobiliarias llegan a insertar en sus anuncios de ofertas “extranjeros abstenerse”. En un clima de irracional xenofobia, los argentinos deben fingir el acento, ocultar su identidad, para acceder a una vivienda. Nadie parece tener en cuenta que casi el cien por ciento de estos sudamericanos son descendientes directos de españoles; si hablan diferente son diferentes. El colmo de la ignorancia y la intolerancia.
    La situación se repite en Italia, Francia y otros países, y es lo suficientemente grave como para que la Unión Europea anunciara la creación de un Consejo de Igualdad de Trato por Origen Racial y Étnico, que se ocupará de la promoción de la igualdad de trato entre todas las personas sin discriminación por motivos de su origen racial o étnico.
    Estamos lejos del cuadro que nos pinta la doctora Luce López Baralt en el libro ‘Las huellas del islamismo en la literatura española’. En la Edad Media, nos informa la investigadora, España era, en el fondo, tres lenguas, tres religiones, tres maneras de ser completamente distintas. Las tres en dialogo intercultural y político, a despecho de la reconquista y los silencios que surgieron por presión de la Inquisición.
    Para sorpresa de algunos puristas, esta portorriqueña doctorada en Harvard recuerda que la palabra “olé”, que identifica tanto a los españoles en el mundo, como el “che” a los argentinos, tiene raíz arábiga, de “Aua Alló”, que significa “por Dios”. Y añade: “Cuando algo es muy doloroso, no se lo toca, molesta. Descubrir que uno es “ilegítimo”, “mestizo”, o lo que sea, son cosas que duelen mucho a una nación”. Y a los individuos, agregamos nosotros.
    En las paredes del restaurante ‘Morriña’ hay decenas de fotografías con campesinos en diversas aldeas de nuestro país gallego; recién llegados al puerto de Buenos Aires, en sus primeros años en Argentina. Visten ropas humildes, sus rostros todavía reflejan el hambre y el sufrimiento. Son testimonios de nuestros antepasados, parte de nuestra memoria y nuestro presente aunque lo neguemos. Los paisanos con pasaporte comunitario y buenos ahorros en los bancos, ¿se avergonzarán al reconocerse en esas fotos de “cabecitas negras” nacidos en el finisterre atlántico?
    Pues bien, en el concepto de globalización todos estaríamos en la misma aldea, nadie vería como extraño al vecino. Como en los clanes celtas, sólo la solidaridad nos permitiría sobrevivir, la hospitalidad hacia el viajero sería obligatoria. El camino entre la Galicia territorial y las comunidades en el exterior debe tener dos carriles, carecer de retenes.
    Para bien o para mal estamos cerca. Aquí o allí hay cortes de carreteras. Pero en el Río de la Plata hace bastante frío, está lejos la primavera. Para arroparnos, nada mejor que un guiso con destellos de aquella Edad Media multicultural e ingredientes procedentes de América.


Ingredientes-Judías con castañas: 300 grs de judías blancas (porotos)/ 1 cebolla/ 3 dientes de ajo/ 1 hueso de jamón/ 150 grs de castañas// 2 morrones/ 300 grs de papas/ 1 rebanada de pan/ Sal.


Preparación: Remojar los porotos en agua por 24 horas. Aparte, hacer lo mismo con las castañas, pero en leche. Asar los morrones, sacarles las semillas. Pelar las papas, lavarlas y trocearlas.
Poner unas cucharadas de aceite en una cazuela y freír los ajos enteros, la rebanada de pan y los pimientos. Poner en el mortero, y machacar hasta lograr una pasta. Picar la cebolla y rehogarla en la misma cazuela; añadir los porotos, el hueso de jamón, las castañas y el majado. Cubrir con agua caliente. Sazonar.
Cuando los porotos estén a media cocción incorporar las papas. Cocer a fuego lento hasta que estén a punto. Dejar reposar unos minutos y servir.