Opinión

Carta a la presidenta de Chile

“Pon en mi escuelademocrática el resplandorque se cernía sobre tu corrode niños descalzos.
Carta a la presidenta de Chile
“Pon en mi escuela
democrática el resplandor
que se cernía sobre tu corro
de niños descalzos.”

Gabriela Mistral

Mi querida Presidenta:
Excúseme que no le dé el trato de Excelentísima, pero su propia excelencia está por encima de las vacías palabras del protocolo; sus calidades refulgen, únicas y certeras, después de cuatro breves años en aquella Casa “donde tanto se sufre”, como calificara a nuestro Palacio de La Moneda un antiguo estadista, la Casa donde murió inmolado el Presidente Salvador Allende, referente e inspiración para usted, sin duda, en su vida y en su mandato.
Recuerdo, con particular añoranza, la noche del sábado 28 de enero de 2006, cuando usted recién había resultado electa, tras derrotar al candidato de la derecha por escaso margen. Estábamos con mi familia en el balneario de Tunquén, en la agreste costa central de Chile, cuando recibimos una grata y sorpresiva invitación: Beto Aravena, pintor, había organizado una fiesta privada para homenajearla a usted, Michelle, junto a un grupo de artistas, intelectuales y vecinos del lugar.
No pude sino pensar cómo aquella pequeña y vivaz mujer iba a gobernar un país como el nuestro, de gente díscola y difícil, criticona e inconformista, muchas veces hipócrita y rastrera, sobre todo en sus estratos sociales más altos, acostumbrada a mandar sin contrapeso, a disponer de la vida y del tiempo de los menos afortunados, en beneficio de esa minoría egoísta y renuente a todo cambio que signifique menoscabar sus privilegios. Y no sólo entre ellos reptaba la sierpe aleve de la desconfianza; también en las huestes de la izquierda –machistas irremediables que somos, al fin– crecían las reticencias y se escuchaba el ramplón lugar común: “No estamos aún preparados para que nos gobierne una mujer”. Como si la madurez relativa de nuestra cultura y nuestra civilización no estuviera cimentada en la oralidad femenina, creadora del lenguaje, artífice de la articulación social junto al fuego primigenio, en la organización de la prole que devendría luego familia, clan, tribu, nación, estado… El añejo discurso patriarcal, rémora añeja para unos y suspicacia sorda para otros, pretendía descalificar a la Presidenta, aun antes de que cogiera la vara del mando republicano.
Recuerdo aquella noche tan especial, en que compartimos el pan, el vino y la palabra en torno a una fogata, mientras Rip Keller cantaba exaltados lieders y Martin Joseph ofrecía el magisterio musical del piano, ambos para usted… Mi hijo, José María, interpretó algunas melodías en su gaita gallega, y el viejo son céltico se mezcló con el rumor de los pinos en aquella noche propiciatoria. Marisol, mi compañera; Karen y Sol, mis hijas; mis nietos, se fotografiaron con usted. Yo mismo lo hice, para acompañar esas emocionadas imágenes a una crónica que se publicó, dos semanas después, en el periódico internacional ‘Galicia en el Mundo’. (Hubiera querido recitarle un poema, pero esos versos quedaron grabados en el arca secreta del corazón).
Mi querida Presidenta, los cuatro años se fueron veloces en la arena escurridiza de los días. Está usted muy cerca de traspasar el testimonio al sucesor, que esperamos sea un demócrata y no el defensor de esas fuerzas oscuras que han oprimido por siglos a esta áspera y alargada cinta de dolores extendida, entre océano y cordillera, hasta el Finisterre más desolado del planeta.
Usted, como muy pocos mandatarios nuestros, ha sido fiel a sus principios, honesta y rigurosa en su quehacer, incansable de trabajos y servicios dedicados a quienes no les ha sonreído, ni la enigmática fortuna ni la vara de los dueños del poder… No en balde oficia usted la vocación de abnegada sanadora… Contra viento y marea impulsó, concretándolas sin demagogia, ingentes iniciativas en beneficio de los sectores más desposeídos, procurando devolver la dignidad a tantos chilenos marginados, velando por la protección de la Mujer, del Niño y del Anciano, en un país que parece haberse olvidado de ellos, durante décadas, para privilegiar sólo aquellos “cauces productivos” que suelen obnubilar la conciencia de gobernantes que buscan el bárbaro exitismo de las estadísticas, al servicio de grandes corporaciones y de intereses ajenos y espurios, en un mundo que consagra a la Codicia como su deidad suprema.
Querida Michell, trajo usted alegría, frescura, lozanía a esa Casa donde antes solía instalarse, sin contrapeso, la fuerza del poder, a puertas cerradas, ciega y sorda al clamor popular por mejores días; abrió usted sus espacios, como madre que acoge a sus hijos vueltos prójimo innominado, desde Arica hasta Puerto Williams, para darles un nombre, a cada uno, a través de sus labios de incomparable mandataria y servidora… Hoy, las encuestas certifican el enorme grado de su popularidad, impensable para un jefe de estado nuestro, insólito para una mujer gobernante, sorpresivo e incómodo para quienes dudaron de su competencia.
Este humilde escriba que se dirige a usted, llamándola “Mi Presidenta”, se ha declarado también su poeta agradecido, porque la única palabra que no podemos olvidar es la que Michelle Bachelet encarnó en su espléndida figura: Esperanza.
Gracias