Opinión

El caballero de la noche

“La mejor justiciaes la del Caos”El Guasón…Me esperaban mis hijos menores –José María y Sol– con entradas para ver la nueva producción fílmica de Batman… Habitualmente rehúso, por principios estéticos, al cine taquillero y brutal con que nos coartan la escasa libertad de escoger imágenes esos perpetradores foráneos de la bazofia mediática, circo moderno de consumo
El caballero de la noche
“La mejor justicia
es la del Caos”
El Guasón

…Me esperaban mis hijos menores –José María y Sol– con entradas para ver la nueva producción fílmica de Batman… Habitualmente rehúso, por principios estéticos, al cine taquillero y brutal con que nos coartan la escasa libertad de escoger imágenes esos perpetradores foráneos de la bazofia mediática, circo moderno de consumo masivo que invade pantallas grandes y pequeñas... Pero esta vez no me resistí, e hice bien, creo…
El film resulta interesante, obviando la sucesión de explosiones, incendios surtidos, destrucción de vehículos, crímenes sangrientos y truculencia de navajas deformadoras de rostros que estremecen a los ciudadanos de Ciudad Gótica, alegoría ramplona de la babilónica y cosmopolita Nueva York, poniendo en permanente entredicho la eficacia de sus aparatos oficiales de seguridad pública, asunto que hace posible –¡cómo si no!– la existencia de Batman y del Guasón, dialéctica del bien y del mal que no logra establecer con claridad, en esta versión que comentamos, la precisión de sus límites ni la ecuanimidad de los medios de represión.
Como si parodiásemos la época manierista de Cervantes, asistimos a la decadencia de los superhéroes; en este caso, a la de Batman, quien se vuelve casi un “caballero de la triste figura”, cansado, vulnerable, a ratos hastiado de sí mismo y lleno de dudas que procura mitigar con el apoyo de su mayordomo inglés, especie de padre putativo de un personaje de comics que carece de familia y de lazos afectivos duraderos; esto proviene, por supuesto, de la propia esencia de la caballería andante. Su alter ego, el archimillonario que cada noche porta el disfraz anónimo del hombre murciélago, cínico y requintado paradigma del “american way of life”, que todo lo compra, no alcanza a paliar la esquizofrenia del justiciero volador nocturno, quien se ve al borde de un ataque de celos por la inminente pérdida de su Dulcinea a manos del flamante fiscal de Ciudad Gótica, apuesto galán, de impronta –al parecer– incorruptible, que seduce a la paciente “novia de reparto” y otrora eterna candidata a una posible unión carnal y definitiva con el enigmático enmascarado.
Como signo inequívoco de los tiempos confusos que vivimos en los albores del siglo XXI, el personaje principal de la obra es el Guasón, héroe al revés, canalla por antonomasia, implacable y a la vez ‘deportivo’a servidor del Caos, haciendo gala de un nihilismo sarcástico y demoledor que, a la postre, se muestra imbatible ante la ingenuidad fundamental de Batman y de los defensores institucionales de la metrópoli. El actor que interpreta al Guasón despliega una genialidad alucinante y, literalmente, se come a los demás personajes, acaparando los momentos de mayor tensión escénica, apoyado en un diálogo de impecable factura, digno de Henry Miller, cáustico, paradojal, burlón hasta el escarnio y la mofa cruel, poniendo a prueba la paciencia y entereza de Batman.
Quizá lo más significativo de la película sea la diabólica lucidez del Guasón para hacer suya y manipular, hasta extremos espeluznantes, esa arma que los estadounidenses esgrimieron y aplicaron, durante un siglo, en contra de sus enemigos y adversarios externos, ya fuera en nuestra América morena o en los confines del Asia, como base de su poderío imperial: el Miedo, instrumento que iba a volvérseles en contra, en las cíclicas evoluciones de la historia humana, para penetrar en los rincones otrora seguros de su intimidad nacional. Así lo vemos, en esta parodia fílmica de Ciudad Gótica, transformado en terrible huésped de todos sus ciudadanos, apoderándose de los aparatos tecnológicos, cuyo símbolo llega a ser el teléfono celular, que el Guasón logra interferir masivamente, para extender sin contrapeso posible sus letales y arteras instrucciones de muerte y aniquilación. Contra lo que pudiera ser el móvil único de la mafia gansteril –tan sólidamente instituida en el Imperio del Norte– el Guasón desprecia el dinero y es capaz de incinerarlo alegremente, porque su goce esencial es destruir, quemar el mundo, en un juego diabólico que quiere hacer eterno, puesto que necesita a su rival, a Batman, para preservar su propia identidad, para justificar su existencia y seguir echando las cartas de su baraja asesina.
Vemos a un patético Batman, haciendo uso de sus armas de última generación, de sus vehículos transformables e indestructibles, para neutralizar a un enemigo indefectiblemente superior a él en movilidad y recursos combativos, más hábil y variado en el despliegue de astucia y decisión… El Caballero de la Noche parece luchar contra gigantes hechos molinos de viento, contra fantasmas que proyectan imágenes falsas y repetidas, como a través de espejos cóncavos que reparten la confusión y el pánico colectivo entre los habitantes de esta babilonia construida sobre la arena, merced a ese primo hermano del Miedo que es el Terror gregario.
Hace una semana supimos de la muerte del actor que interpretó genialmente al Guasón, por una sobredosis de heroína… ¿Error en la ingesta o suicidio? La duda persiste. En Ciudad Gótica, junto con el Miedo, que no desaparece, se hace carne la verdad de lo acontecido: fue el último crimen perpetrado por El Guasón… ¿El último? ¿Y quién puede asegurar que no volverá, con su sonrisa de clown diabólico, para alterar el sueño de los inermes ciudadanos? Y es que ya nadie cree en las virtudes del Caballero de la Noche…