Opinión

Aquella batalla del 18 de mayo de 1811

La barra del ‘Rover’ anda a vueltas con la fecha del 18 de mayo que recuerda el triunfo militar artiguista en los campos de Las Piedras. Unos dicen que hace ahora doscientos años fue cuando empezó todo y otros dicen que recién a partir de 1825 o 1830 podemos hablar de independencia. Es cierto que el tema tiene divididos a los historiadores pero hay coincidencia en recordar el heroico esfuerzo del gran José Artigas.
Aquella batalla del 18 de mayo de 1811
La barra del ‘Rover’ anda a vueltas con la fecha del 18 de mayo que recuerda el triunfo militar artiguista en los campos de Las Piedras. Unos dicen que hace ahora doscientos años fue cuando empezó todo y otros dicen que recién a partir de 1825 o 1830 podemos hablar de independencia. Es cierto que el tema tiene divididos a los historiadores pero hay coincidencia en recordar el heroico esfuerzo del gran José Artigas.
–La verdad, queridos muchachos, que no entiendo que los historiadores se pongan a discutir sobre 1811, 1825, 1828 o 1830. Me parece que si miramos para atrás poco importa que nos equivoquemos –años más o años menos– en la datación de las pirámides de Egipto. Lo mismo digo de nuestro gigante Artigas al que algunos parecen querer tacañearle méritos. Era la patria, la claridad, el honor y la sencillez. El único de los llamados “Libertadores” que se metió en el corazón y en la piel del pueblo aborigen. Fue el único que vivió con ellos. Conoció y respetó sus costumbres y aprendió su lengua. Así que no me vengan con las macanas de las fechas.
–Bueno, don José, acá en la barra somos todos artiguistas. Desde la escuela aprendimos a querer y a reconocer lo que hizo Artigas. Pero creo que otra cosa es el nacimiento de nuestra actual república. Me parece que hasta el 18 de julio de 1830 no es acertado hablar de independencia. Somos un nuevo país en 1830. Antes se desarrolló una especie de prólogo, escrito con maestría por Artigas pero luego continuado según quisieron los argentinos,  brasileros e ingleses. Los tenientes del héroe fueron unos peones, en mi opinión.
–Coincido con Pocho en que antes de 1830 la nueva república era un proyecto. Se hizo como se pudo y alejada de los ideales artiguistas. En la escuela veía a Artigas como un gran gaucho, siempre generoso. El paso del tiempo me llevó a preguntarme la razón de que Rivera y Lavalleja lo dejasen morir allá en el Paraguay. Se imaginan a don José aplaudiendo en la plaza Matriz en el acto de Jura de la Constitución.
–Lo que dicen Pocho y Tito es una triste realidad. Me calienta que los herederos hayan sido tan soretes desagradecidos. Resulta que le garronean a Artigas para ellos vivir bien de bien mientras el noble fundador vive pobremente en un ranchito paraguayo. Así empezó el país, sin un referente al tener a su protagonista principal en el exilio. Dicen los historiadores que Artigas era federal. Muy bien, pero eso lo sabemos todos. Habrá que preguntarse la razón de que en veinte años a nadie se le ocurrió nombrarlo Presidente Honorario de los Orientales o Padre Fundador de la Patria para que sintiese que se le reconocía su valiente y pionera actitud.
–Me van a perdonar pero tengo que defender a los sucesores. A lo mejor no pudieron hacer más al recibir presiones para que no volviese Artigas. No olvidemos que los primeros pasos estuvieron tutelados por Argentina y Brasil. No puedo creer que no sintiesen admiración por nuestro héroe, ellos precisamente, los que estuvieron a su alrededor compartiendo sufrimientos. Habrá que sacar varios monumentos y retirar nombres de calles si probamos que lo hicieron a posta. Si lo dejaron lejos para que no les hiciese sombra hay que censurarlos públicamente y cambiarle inmediatamente el nombre a dos departamentos.
–Pero, vos sos un iluso. Perdonáme, Flaco pero está recontra probado que los dos primeros presidentes estaban preocupados por competir entre ellos por el poder. No querían saber nada de Artigas porque eran flor de vanidosos. Estaban encantados con presidir el cachito de territorio que les quedó de la gran patria federal que deseaba Artigas y pactaban con mandinga con tal de lucir su uniforme militar. Si lo querés ver más claro pensá en que los “ávidos y logreros” se quedaron tranquilitos mientras los auténticos hermanos de Artigas fueron siguiendo su huella en el Éxodo. Es duro y triste imaginarse a nuestro jinete campeón siendo un viejito que toma mate debajo del alero del rancho con otro viejito que lo acompañaba. Estoy seguro que alguna vez dijo: “Mirá, aparcero Ansina, las vueltas de la vida. Me tengo que resignar porque los huesos flojean que si no me acercaba a Montevideo para presentar una demanda de infidelidad contra Frutos y Juan Antonio. Seguro que la ganaba y los dejaba con la jeta bien retorcida, che”.
–No hay nada que perdonar pero también hay quien dice que Artigas no tenía pasta de militar. Puede ser, era hombre de diálogo, de razones y nada autoritario. Estoy pensando en que todo empezó cuando don José Gervasio le hizo caso al ‘gayego’ Farruco allá en Sarandí del Yi. Lo convenció para que ingresase en los Blandengues y dejase de contrabandear cueros y ganado con los portugueses de Río Grande. Se me ocurre que se podría escribir una novela sobre un Artigas que vive por las sierras de Aceguá, en libertad, mientras la Banda Oriental sigue siendo territorio español hasta justito el 23 de setiembre de 1850. A lo mejor fue lo que realmente pasó porque me jode reconocer que Rivera y Lavalleja eran clasistas [un matrero no puede llegar a presidente] y racistas [los charrúas no sirven para nada]. El querido Artigas los estará puteando de lo lindo allá arriba al nombrarles a Pepe Mujica. Seguro que se le ilumina el semblante al hablar del nuevo presidente al afirmar que el aparcero de Rincón del Cerro enseguida aprendió que para poder meter el pan en el horno, antes, hay que plantar trigo.