Opinión

Administrar no es gobernar

Los políticos españoles actuales se han convertido en administradores. Es como ir al supermercado y ver al que coloca las cajas en el almacén o en los estantes: administra espacio y tiempo. El primer ministro griego, Antonis Samaras, pidió tiempo a la canciller Angela Merkel y ésta le contestó que no podía dárselo porque eso representaba darle dinero.
Administrar no es gobernar

Los políticos españoles actuales se han convertido en administradores. Es como ir al supermercado y ver al que coloca las cajas en el almacén o en los estantes: administra espacio y tiempo. El primer ministro griego, Antonis Samaras, pidió tiempo a la canciller Angela Merkel y ésta le contestó que no podía dárselo porque eso representaba darle dinero.
Los políticos europeos, llenos de maestrías, posgrados y fanfarrias (sobre todo los jóvenes), se han volcado en el combate no de las ideas, sino de lo que ellos llaman administrar y los tontos gerenciar.
Administrar administra cualquiera, algunos bien, otros mal, otros regular. Quieren convencernos, sobre todo los europeos y sus aprendices iberoamericanos, que la administración de la cosa pública está indisolublemente unida al sentido común y no a la justicia social, a la equidad y a la ética. El presidente español Mariano Rajoy Brey lo repetía en campaña una y otra vez: “Administrar un Estado es como administrar una casa: no se puede gastar más de lo que se tiene”. La “didáctica” y enternecedora imagen del ama de casa, administrando lo poco para dar a los muchos nos viene a la mente. Pero es una imagen falaz. En ninguna casa mandan soldados a Irak, ni masacran poblaciones civiles como en Afgansitán, ni construyen obras faraónicas inútiles para perpetuarse. Tampoco tienen la mala costumbre de obligar a los vecinos a comer, pensar, servir y saquearlos bajo amenaza de masacrarlos si se niegan.
En ninguna casa con un padre alcohólico y jugador, lleno de deudas, se sale a la calle a obligar a la gente a entregar parte de sus salarios en aras del “bien común:”, es decir, sanearle las cuentas al borracho y a la hacienda familiar a costa del dinero de otros.
No hay mucha batalla de ideas que ganar en esta Europa esclerótica. Miran de reojo a “Iberoamérica” y les envidian el don de la palabra y, como diría Silvio Rodríguez: “La sonrisa perfecta” a pesar de no ser ricos ni poder consumir a costa de los demás.
Pero a la clase política española (gobierno y oposición) no le va a pasar nada “que los borre de pronto”, todavía el pueblo no asumió que el padre de sus gobernantes es alcohólico y ludópata, y piensan que todo lo que les quitan va a parar a una escuelita que están a punto de quitarles porque... “hay que administrar los escasos recursos de los que disponemos, bla, bla, bla...”.