Opinión

Piezas sueltas

Los puzles son como un laberinto de papel, una diversión o una necesidad. Las partes buscan un todo, como circunstancias que componen una vida hasta completar una biografía de momentos, de instantes dispersos en el tiempo indefinido, percibidos breves o largos, que la naturaleza física le concede limitados a cada quien.

Cada pieza adquiere su importancia individual, como cada ser, pero, para que alcance sentido, es necesario complementarla con otras muchas y consumar así un conjunto más o menos coherente. El resultado, la figura conseguida, será una ínfima parte de la suma que conforma la frágil integridad. La cometa no ha de confundirse con el cielo, ni lo personal con lo colectivo.

El juego admite creer que se domina la eventualidad, al menos que el orbe se engalana con nuestra obra de papel liviano. Como si ese volantín artesano, instrumento útil a la imaginación y a los sueños, objeto al fin, poderoso en lo particular, más insignificante o insuficiente frente a toda intención global, fuese instruido por un frágil hilo de la memoria o se liberase, propenso al desprendimiento, de toda improvisación, tendente a la inspiración o incluso a la incordura –neologismo que intenta un desvínculo efectivo de cualquier atadura a la sensatez, prudencia o buen juicio–.

Entretenemos el tiempo más no lo distraemos, discurre impasible. Los sueños, como los pasmos, aun fútiles, resultan útiles como consuelo mas no solucionan el drama final.

Nosotros mismos somos una pieza social, un eslabón histórico y genético, un engranaje, una aguja cansina que se marchita en el avance imparable hacia la disolución en la química de la que provenimos. A esa magia que es la creación le atribuimos nombres inventados, candenciosos en sus etimologías, hermosos casi siempre, palabras que, al complementarse, al verbalizarse, al adjetivarse, nos permiten componer lenguas con las que enriquecer los gestos, comunicar emociones, compartir sentimientos.

En mi modesta opinión, los idiomas, con sus palabras –piezas cazables al vuelo–, con sus rudimentos musicales, conforman el puzle más hermoso, el más útil a la relación, a la creación, a la mística, a la esperanza común. Los vocablos nos permiten urdir, tejer relaciones que enriquecerán la existencia y que, en definitiva, permitirán prolongarla genéticamente e incluso rezar a las deidades imaginadas.

Piezas sueltas, cartoncillos encajables, pedazos de madera o cartón, combinaciones, unidades lingüísticas enlazadas, firmamento de estrellas que son polvo, protones y neutrones –cuark–... Seres en común, curiosos, observadores de cometas cuyas colas se prolongan, astros. Cometas volubles que se entrecruzan, se sueltan, suben y bajan, que simulan un baile en el que hay que dejarse llevar por la melodía del afecto o del amor si llega, retozando como el viento o el mar o disfrutando del propio silencio, preludio del que habrá de acogernos al fin de los tiempos.

En periodismo un suelto es un escrito inserto en un periódico que no tiene la extensión ni la importancia de los artículos ni es mera gacetilla. En la misma orilla de ese precipicio que es la vida, comparto mi incompleta construcción de mundos ínfimos, les invito a penetrar en mis intuiciones, les traslado una invitación a mis pistas, a esas con las que es posible armar un ser que les anticipo exhausto, pero dispuesto a seguir bailando al compás de ingenuidades confesables y, lo que es peor, a lograr que ustedes dancen sin más intención que divertirse algún tiempo entre mis palabras.

Alberto Barciela

Periodista