“Tristes guerras”, entrevista al aragonés de Venezuela José Ramón Ara Belloc

José Ramón Ara Belloc, un aragonés en Venezuela, combatió tanto en el bando republicano como en el bando fascista, aunque su corazón fue republicano. A José Ramón Ara lo entrevisté en el año 2010, su corazón dejó de latir a finales del 2011.

“Tristes guerras”, entrevista al aragonés de Venezuela José Ramón Ara Belloc
José Ramón Ara y María Dolores Díaz Sierra.

A la memoria de mis abuelos: Capitán Virgilio Leret Ruiz, fusilado el 18 de julio de 1936. Carlota O’Neill de Lamo, encarcelada el 23 de julio de 1936.
José Ramón Ara Belloc combatió tanto en el bando republicano como en el bando fascista, aunque su corazón fue republicano. A José Ramón Ara lo entrevisté en el año 2010, su corazón dejó de latir a finales del 2011.
José Ramón Ara nació en Pertusa (Huesca), antiguo pueblo de Aragón, fundado por los romanos durante su invasión a la península ibérica. José Ramón era el segundo hijo de una familia católica y conservadora. El niño José Ramón era un buen estudiante, el maestro del pueblo convenció a su padre para que le pagara sus estudios universitarios.
Los Ara comerciaban con ovejas, leche y queso, era una familia un poco mejor acomodada que el resto del pueblo. El joven Ara aprobó el examen de admisión para entrar en bachillerato y partió hacia Barcelona en 1933, una ciudad efervescente de ideas y agrupaciones políticas.
José Ramón Ara hizo un atado donde envolvió su ropa, y fue recibido en la casa de su tía cuyo esposo era un obrero. El inquieto José Ramón acompañó a su tío a las tertulias, y a los mítines políticos. Hasta que su vida como la de toda España, se vio truncada por el estallido de la Guerra Civil, el 17 de julio de 1936.
"Tuve que dejar los estudios. Me movilizaron a los 17 años y me llevaron para el frente. Yo estaba en el bando republicano. Barcelona era republicana. Ingresé en la Brigada 142 comandada por el coronel Francisco Galán Rodríguez, hermano del oficial que fusilaron en Jaca. Yo de joven era republicano en contra de mi familia. Lo mismo que pasa en la familia de mi esposa, los únicos republicanos eran el padre y la madre, todos los demás estuvieron a favor del golpe de Estado en contra de la República.
Teníamos 18 años. Nos llamaban la quinta del biberón. Al vernos marchar la gente en Barcelona nos gritaba ¡pobrets! ¡pobrets! los van a matar a todos. Así que nosotros nos compramos unos biberones y marchamos con ellos por las Ramblas de Barcelona.
A principios de 1938, llegamos a San Cornelio, sin ningún entrenamiento militar, donde había una montaña tremenda, los franquistas estaban arriba, nosotros abajo. Hasta con piedras nos mataban. Nos hicieron prisioneros, a toda mi escuadra completa, y nos llevaron a un campo de concentración. Era un seminario de curas en Corván en Santander. Caminamos por Zaragoza, y los niños al mirarnos nos decían: “ahí van los rojos pero si no llevan rabos”, les hicieron creer que éramos demonios.
Éramos cinco mil individuos presos, con un solo grifo para beber agua, estuve cuatro meses sin afeitarme, sin bañarme, sin cambiarme de ropa, los baños estaban en una zanja, ibas escoltado por cuatro soldados con fusiles. Todos los días comí lo mismo: una lata grande con tocino, garbanzos y papas. En los cuartos donde hoy en día duerme un seminarista, dormíamos veinte hombres.
Mi padre, y mi familia estaban con los de Francisco Franco. Ya mi pueblo había sido “liberado” y mi padre fue nombrado alcalde del pueblo, él mandó los avales para sacarme del campo de prisioneros. Inmediatamente me meten a luchar con ellos en el Batallón de Burgos de soldados raso, y me llevan a la batalla del Ebro.
Mi hermano que se llamaba Pedro como mi padre, era falangista y también fue alcalde de mi pueblo, él ya estaba en la Novena División de Burgos, Tercera Bandera de la Legión. La Legión era un cuerpo de absurdos y locos. ¿Tú sabes lo que es la Legión? la que organizó José Millán Astray en África, el militar tuerto que perdió un brazo, el que decía: ¡Viva la muerte, abajo la inteligencia! pues para ingresar a la Legión te preguntaban “¿cómo se quiere llamar usted?” porque aceptaban a los delincuentes, a los sirvengüenzas “yo soy el novio de la muerte, mi más leal compañera”, así decía el himno de la Legión.
Yo era un hombre culto así que me pusieron de escribiente. Una de las cosas que se me han grabado y quiero que tú lo escribas, fue lo que le sucedió al compañero Juan Luis Campaña, él era de Granada. Un día estábamos comiendo y él estaba de escucha, son los que avisan si viene el enemigo, de repente oímos su grito: “¡ay que me han herido!, ¡ay que me han herido!”, el comandante Romero le preguntó “¿qué te ha pasado?” y él contesta “que me han pegado un tiro”. El comandante se dio cuenta de que él mismo se había pegado un tiro en la mano, para ir a ver a su familia que no la veía desde antes de la guerra.
El comandante me dice: “Ara haz un parte que diga que a mi juicio ha sido intencionado” y el muchacho lo meten preso en una chabola en el frente. Yo como era escribiente tenía tiempo de ir a visitarlo y él me decía: “Ara yo creo que me van a matar”, “que no hombre, que te darán cuatro años más de recargo cuando termine la guerra”. Cual sería mi sorpresa que un día estando yo con él, veo subir por la loma, al páter del batallón, y cuando yo los veo venir, digo ¡lo van a matar! y viene el cura y me dice “lo vengo a confesar porque esta noche lo fusilan”. Eso me puso enfermo.
“A ver, necesitamos voluntarios para fusilar a Juan Luis Campaña”. Cual sería mi sorpresa que la tercera parte de la compañía dio un paso al frente para fusilar a un compañero. ¿Por qué solicitaron voluntarios?, ahí me di cuenta de lo malo que somos todos los seres humanos.
El otro caso que recuerdo es el de Cesario Arenas Yevenis de Toledo. Este hombre tenía a su familia en la zona que todavía estaba gobernada por la República, él tenía una barba grande y el pelo largo, y el comandante le reclamó que en la guerra no se podía tener ese cabello ni esa barba, él contestó que había prometido no afeitarse hasta que no volviera a ver a su esposa y a su hijo, él estaba recién casado y tenía un hijo de meses, y el comandante lo dejo. En una batalla campal que hubo en la sierra de Partos en el Ebro, murieron sesenta de ciento y pico, por la noche fuimos a recoger a los muertos, y cuando yo veo a Cesario muerto en el campo con aquella barba, me dolió tanto que recogí su documentación y me la guardé, después de la guerra se la mandé a su mujer.
Después de toda esa tragedia, yo tengo la desgracia de tener un hermano falangista que se llamaba Pedro como mi padre, él tenía mucha influencia en Huesca. Mi padre era bueno, mi madre era más dura. Mi padre prestaba dinero, porque tenía una “platica”, y eso era mal visto en aquellos tiempos. Durante la guerra a mi padre lo querían matar. Aunque en mi pueblo no había política. Los pobres eran de izquierda como es natural y los ricos, de derecha como también es natural. En Barbastro, un Comité le preguntó a mi padre: “¿A usted de qué lo acusan?”. “De nada”. Yo prestaba dinero y no me han pagado. Eso es todo”, contesta mi padre. “Vamos a mandar un Comité a buscar información sobre usted a Pertusa”. Y llegaron un domingo a mi pueblo y todos dijeron que mi padre era un hombre muy bueno. En mi pueblo no fusilaron a ninguna persona ni de derecha ni de izquierda. Excepto a un muchacho que se llamaba Villa Campa que no trabajaba nunca, a quien la Guardia Civil le tenía la vista encima porque cazaba en tiempo de veda y se burlaba de ellos. La Guardia Civil lo hace preso y pidieron el informe a Pertusa donde después de la guerra, mi padre es el alcalde, él contestó que Villa Campa sí era un hombre de izquierdas pero no se había metido en política. La Guardia Civil le tenía una rabia tremenda, la guardia hizo un informe para perjudicarlo y lo fusilaron.
Los agricultores españoles eran esclavos como los negros traídos de África. Venían caminando del sur de España, de La Mancha, a pie a con unas blusas negras, a segar a mi tierra donde había mucho trigo, para cobrar una peseta, esa gente estaba desesperada. En España había un hambre espantosa y un país atrasado. Con razón esa gente era revolucionaria.
Francisco Franco Bahamonde mandó 40 y tantos años porque él tenía la fuerza. El 90 por ciento de España era antifranquista y perdieron porque Franco tenía los aviones, los cañones, la ayuda extranjera.
En 1948 unos batallones de Francia entran a España a luchar contra Franco, como era lógico y natural. Se armaron unas guerrillas tremendas, era su misión atacar todo lo que fuera de Franco. Nosotros teníamos una finca. El 18 de octubre, día de mi cumpleaños, mi padre, mi hermano y mi primo estaban en el campo. Habían ido a buscar un ganado y la guerrilla los agarró a los tres, la guerrilla quería matar al alcalde, al falangista, pero mi hermano Pedro no estaba con ellos, estaba en un bautizo. Mi padre en aquel momento les ofreció dinero, comida. No queremos nada contestaron, y mi padre levantó el brazo para despedirse, y en el momento se escuchó la ráfaga de tiros y los mataron a los tres.
Yo estaba en Barcelona y pensé cuando me llamaron “se murió mamá”. Cogí un automóvil de Barcelona a mi pueblo. Cuando llego a casa me encuentro con los tres fusilados. Mi madre no podía enterarse de eso. A mi madre que estaba enferma la sacaron y en el mismo coche, nos llevamos a mi madre a la clínica “¿Por qué me meten en la clínica?”, preguntaba. “¿Mi esposo dónde está?, ¿mi hijo dónde está?”. Estuvo quince días sin enterarse y la llevamos a casa de un primo.
Al final se lo dijimos, es lo más triste que he visto en mi vida. El cura se ofreció a decírselo “doña Ramona: ¿Usted es católica?”, preguntó él y mi madre que era una beata, imagínate. “Mire doña Ramona vamos a rezar el rosario” y a la mitad del rosario, el cura le dice: “por su marido, por su hijo y por su sobrino, no tienen remedio, están muertos” y en ese momento llego el médico y la inyectó.
Los disgustos no matan. Después de eso mi madre vivió hasta los cien años, le faltaron un par de meses para cumplirlos.
Desde entonces decidí dejar España y venirme a Venezuela. Yo rehice mi vida en Venezuela, me casé con María Dolores Díaz Sierra, aquí presente, a quien conocí en Caracas, llevo 50 años de casado y hemos vivido perfectamente con nuestros hijos y nietos.
Yo tenía pasaporte pero no tenía visa para entrar a Venezuela. Éramos un gallego, un catalán y un vasco. Nos subió un taxi a Caracas y no cobró nada. Yo siempre estaré agradecido con esta tierra. Dormimos en Parque Carabobo, hacía fresquito, era noviembre de 1949. A las 6 de la mañana se abre un botiquín en el centro de Caracas, de Peligro a Pele Ojo, aquellas puertas batientes se abrieron como en el oeste de los Estados Unidos, y ponen una canción que se llamaba “yo soy un pobre inmigrante”. Y los tres nos pusimos a llorar.
Nos dirigimos a la Casa de España, que estaba de Íbarras a Maturín, a las 11 de la mañana y había dos señores jugando ajedrez y se retira uno, y el otro me convida a jugar, y le contesto, yo lo que tengo es hambre y él me dice: “siéntese un momento a jugar”. Jugamos y le gané la partida, él me regaló un bolívar, con ese dinero comimos una semana: pan, leche y cambures. En la pensión nos daban de comer, nos dejaban dormir y sin pagar hasta que trabajáramos. El dueño de la pensión era don Pedro de Loyola, ingeniero naval, edecán de Alfonso XIII.
Después consigo un trabajo como vendedor de carros y me van a ingresar en la nómina cuando me piden la cédula: “pues no podemos darle el trabajo sin documentación, mire vaya usted en frente para sacarse la cédula”. Era la Seguridad Nacional, mucho antes de Pedro Estrada. Hablé con el jefe de la oficina, me parece que se llamaba Parilli Maldonado, él me recibe y me dice: “¿qué quiere usted?”, “¿la cédula?”, ¿cómo entró usted sin visa? pues lo deportamos para Colombia, “mire doctor, yo soy un pobre inmigrante que hice la guerra de España, y mataron a toda mi familia, usted quiere mandarme a Colombia donde acaban de asesinar a Gaitán”. El hombre se compadeció y me pidió tres cartas de buena conducta para conseguir la cédula. Regresé al día siguiente con las tres cartas.
Un día me invita un compañero a un bautizo a beber “los meaos del niño” yo no sabía que era, él me lo explica y voy a un cerro que se llamaba las Brisas del Paraíso ¡ay compadre!, ¡ojalá no hubiera ido nunca! Llovía… “¿qué toma usted?”, me preguntan, “lo que toman ustedes”, contesto. “Nosotros tomamos aguardiente cocuy y ron”. Cogí una borrachera. No encontraba la carretera. Bajé dando vueltas perdido. Había un muchacho y le pregunto: “¿tú me quieres acompañar para tomar un taxi?”, “como no señor”, me dice pero cuando llego a la pensión me doy cuenta “¡maldita sea! ¡me van a votar de la compañía!”, que se me había olvidado la billetera. Salgo corriendo y me encuentro con una mujer morena que había conocido en las Brisas del Cerro y al verme me pregunta “¿viene usted por la carterita verdad?”, “aquí está. A la carterita le he puesto una cuerda porque estaba rota”. ¡Adentro estaban los giros y la plata!
Estuve 12 años en esa agencia de venta de carros hasta que fui gerente, después con un amigo monté una importadora de carros de lujo de marca ‘Riviera’ y ‘Cadillac’. Nosotros éramos la única casa que había y me hice amigo de todos los políticos y ricachones de Caracas.
Hubo un político a quien le cambiaba el carro cada 15 días. Eso fue durante el gobierno del presidente Raúl Leoni. El político me ofreció que fuera hacer unos “recados” que me harían muy rico. Un día me invitó almorzar en un restaurante de Altamira y me dijo: “Tú ves todos esos edificios que están construyendo. Todos están pasados por más de cinco pisos”. Yo no lo acepté, yo no sirvo para eso".