Opinión

Claro enigma: Giuseppe Ungaretti

Claro enigma: Giuseppe Ungaretti

El 2 de junio se cumplieron cuarenta y cinco años del fallecimiento de Giuseppe Ungaretti (1888-1970), uno de los más altos y exigentes poetas del siglo XX. Un siglo que, de manera espléndida en su primera mitad, pero también un poco más allá, fue pródigo en cuanto a producir figuras cumbres del mejor lirismo.
Ungaretti fue sin duda uno de ellos, y su nombre es el primero que se nombra al recordar aquella espléndida “gran estación poética italiana”, un momento de oro en la poesía peninsular en cuyas cimas sólo llegaron a aproximársele, primero Eugenio Montale y luego, con el tiempo, otras dos figuras no por aisladas menos ejemplares: Dino Campana y Umberto Saba.
Fue il miglior fabbro (el mejor artífice), porque quizá ningún otro en su tiempo, no sólo en su lengua sino en toda Europa, llevó más lejos y más hondo aquella “prolongada oscilación entre sonido y sentido” con que Paul Valéry logró aludir en forma magnífica al poema. Pero fue también, al mismo tiempo, en forma ineludible, uomo di pena (hombre de pena), porque nunca hubo para él palabra, por más dignamente elaborada, de la que no pudiera asegurar: “cavada está en mi vida / como un abismo”.
Lo que no dejó de ser advertido. Los grandes críticos percibieron su inusitado alcance, su verdadera dimensión, desde un comienzo. Giuseppe De Robertis lo vio “poeta tan absoluto, tan esencial, tan incógnito”. Y el mismo Montale, no vaciló en afirmar: “Él solo, en su tiempo, logró aprovechar la libertad que ya estaba en el aire, los otros no supieron qué hacer con ella, y cambiaron de oficio o gimieron incomprendidos...”.
Pero tuvo que ser un poeta más joven (en sus comienzos bellamente dialectal, nada aquejado de hermetismo, y más cercano al realismo político-social), Pier Paolo Pasolini, un intelectual tan desinhibido como incisivo, quien supo afirmar con claridad: “la historia de la poesía de Ungaretti se despliega, por definición, en el centro de la historia de la poesía del siglo XX”.
Pensando en lo que diría si hubiera llegado hasta hoy, no resisto la tentación de recordar que, ya en 1966, el mismo Ungaretti puntualizó: “Hay algo en el mundo de los lenguajes que ha acabado definitivamente. El hombre, me parece, no atina más a hablar. Hay una violencia en las cosas que se convierte en su propia violencia y le impide hablar. Una violencia más fuerte que la palabra. Las cosas cambian y nos impiden nombrarlas, y por lo tanto fundar reglas para nombrarlas y permitir a los otros gozar de ellas. Podría ser éste el apocalipsis”.
Y concluye, no menos dramáticamente: “Somos hombres que han sido arrancados de su profundidad... No, las palabras no nos sirven. Las palabras de las viejas retóricas son palabras sin suficiente fuerza de secreto”. Y si tal era, para un extremado artista de la palabra, hace casi cinco décadas, la desolada situación de la poesía en un mundo desolado, ¿cuál sería hoy su perspectiva al respecto, en estas áridas circunstancias?
Francesco Flora fue el primero en aludir a Ungaretti como hermético, un término elogioso de su exigencia de raíz, que llegó a abarcar a un renovador movimiento pero con el cual algunos miopes intentaron rozarlo. Quien llegó a dar la mejor respuesta (muy probablemente sin haberlo pensado), fue el mismísimo Ungaretti cuando tituló a su poesía completa ‘Vida de un hombre’. Nada más. Nada menos.

El puerto sepulto

Aquí llega el poeta
y después vuelve a la luz con sus cantos
y los dispersa

De esta poesía
me queda
esa nada
de inagotable secreto

Giuseppe Ungaretti
(Traducción de Rodolfo Alonso)