Opinión

Terrorismo y cinismo

Tras sus giras por Cuba y Argentina, el presidente estadounidense Barack Hussein Obama y su homólogo francés François Hollande se reunieron en Washington D.C. para acordar mecanismos de lucha antiterrorista y contra la proliferación nuclear. Se habló de Corea del Norte y del temor que el Estado Islámico pueda tener acceso a material nuclear. Todo ello cuando las incógnitas sobre los atentados terroristas en Bruselas siguen mostrando evidencias de que las células yihadistas no vienen por barcas improvisadas en las aguas mediterráneas, infiltrados en refugiados hoy en tierra de nadie a punto de ser expulsados, sino que viaja en aviones y otros medios de comunicación, a la vista de todos, ante la advertencia de otros tantos.
Es notoria la anomia y la incapacidad europea para acometer un problema que se encamina a convertirse en una crisis humanitaria, así como cínica una actitud de doble rasero ante las víctimas del terrorismo. Como el atentado fue en la capital europea, el impacto por lo visto es mayor desde el punto de vista político y mediático, a diferencia de si el mismo se comete en Raqqa, Lagos o Lahore. Da igual si en Pakistán o Nigeria mueren decenas en un atentado terrorista. Por lo visto, para los mass media hay una clara jerarquía social en cuanto a las víctimas del terrorismo.
Las lágrimas de Federica Mogherini, la jefa de la política exterior de la UE, expresadas públicamente durante una visita a Jordania una vez se enteró de los atentados en Bruselas, es el fiel reflejo de esa Europa larvada en un cinismo sin límites. Y no porque los muertos de Bruselas no duelan ni sean importantes. Es porque diariamente en la ‘periferia’ del Sur mueren más personas, víctimas no sólo del terrorismo sino de conflictos armados, subdesarrollo y pandemias ante la vista indolente de la ‘gran sociedad’.
Ahora, en pleno revival del neoatlantismo, Hollande va a Washington a reforzar alianzas que demuestran el fracaso del proyecto europeo. Bruselas no será el último atentado yihadista en Europa. Ni los refugiados de Siria los últimos que intenten llegar a unas costas mediterráneas donde la UE ya le ha dado a Turquía una ‘patente de corso’ para expulsar e impedir que lleguen a las puertas del ‘mundo desarrollado’. Ya hay efectos del pacto: esta semana, la policía turca disparó contra refugiados que intentaban cruzar la frontera sirio-turca. Y Europa, como es costumbre, mirando dentro de su ombligo.