Opinión

La vacuna de Putin

En columnas anteriores hemos venido hablando sobre el tema de la geopolítica de las vacunas y el pulso entre Occidente y el eje euroasiático ruso-chino por monopolizar la vacunación en tiempos de coronavirus, que no del cólera, como la novela de Gabriel García Márquez (Gabo).

Desde Moscú se lanzaba un órdago importante: si la Agencia de Medicinas Europea lo aprobara, la vacuna rusa Sputnik V estaría en disposición de vacunar a 50 millones de personas. Mensaje rimbombante, no menos prolijo, en cuanto a la tradicional parafernalia propagandística del Kremlin. Pero que, visto desde otra perspectiva, no deja de entrañar una realidad igualmente relevante.

Países de Europa Central como Hungría, miembro díscolo de la Unión Europea (UE), han aceptado la vacuna rusa. También recientemente Marruecos. En Iberoamérica, desde Argentina y Venezuela hasta Nicaragua y México, prefieren la Sputnik. Algo parece indicar que la vacuna rusa tiene capacidad y efectividad suficiente para combatir el virus.

Con no menos efecto por parte de las vacunas de farmacéuticas occidentales como Astra Zeneca (por cierto, Dinamarca, Austria, Luxemburgo, Letonia, Estonia y Lituania han suspendido la vacunación con este fármaco) o Pfizer, la Sputnik se ha convertido en una importante arma geopolítica del Kremlin. Sus efectos parecen ser efectivos en el combate del coronavirus, toda vez la propaganda occidental (que también existe, y más hacia un país como Rusia) intente desacreditarla.

Como la Sputnik, China también lanza su vacuna. Su eje de irradiación es obviamente su espacio de influencia asiático, y muy probablemente africano, donde Beijing tiene una presencia estratégica y económica importante. Todo ello evidencia cómo este 2021 será decisivo no sólo en cuanto al virtual control farmacéutico y médico de la pandemia sino sobre el juego de influencias que pulsan tanto el eje occidental transatlántico, que no es exactamente homogéneo, como el eje euroasiático ruso-chino, que tampoco actúa siempre de forma monolítica.

El trasfondo es un pulso geopolítico que definirá en gran medida el rumbo del poder en el siglo XXI. Este pulso no es militar, ni político ni económico. Nadie se imaginaba que sería sanitario, con todas sus repercusiones e implicaciones en los apartados anteriormente señalados. Y al pulso geopolítico se le une la guerra de propagandas, evidenciando cómo la información sigue siendo un instrumento estratégico y decisivo para afianzar el poder.