Opinión

Focas y toros

Ya estamos a vueltas con las noticias sobre la temporada de caza de focas en Canadá, con informaciones que emplean palabras como “crimen”, “brutalidad” o incluso “asesinato”. No entremos ahora en el debate sobre esta actividad de apariencia tan desagradable, que por cierto mantiene la economía tradicional de unas comunidades costeras similares a las que en Galicia viven de las centollas y nécoras que echamos vivas al fuego, o las aldeas de interior que festejan a lo grande la matanza del cerdo a cuchilladas. Pero reflexionemos sobre cómo los periódicos ponen a convivir en una misma portada –sin ningún tipo de reparo, explicación o posicionamiento moral– esta noticia de condena a una actividad con la celebración por todo lo alto de la temporada de caza en España, donde decenas de miles de compatriotas disparan a bichos del monte por puro placer, no para ganarse el pan sino para gastárselo. Vale todo, aunque por ejemplo no se diga que Noruega practica la misma caza de focas o que el riesgo de extinción de esta especie se está produciendo a causa del deshielo y el calentamiento climático. En la misma portada, decía, se pide cárcel para el paisano que vive de las focas y se exalta el crecimiento de la exportación de pollo español confinado en granjas de producción masiva. Y la foto de portada, justo sobre la información sobre la maldad intrínseca del pueblo canadiense –como si todos los canadienses fueran cazadores de focas– va a estar dedicada a retratar la estocada en rojo del matador de toros más de moda en la plaza de Las Ventas. Y olé la patria, pues dice Esperanza Aguirre que los antitaurinos somos antiespañoles, como los rojos, los catalanes y el Athletic de Bilbao.

[email protected]