Opinión

A mis lectoras y lectores cautivos

A mis lectoras y lectores cautivos

Para Ivonne, Chabela y Julia

Me gusta la palabra ‘cautiva’, en su género correspondiente, porque alude a las maneras del amor cortés, hoy descuidado o sumido en la triste ceniza del olvido, como diría Borges. En cuanto a los ‘cautivos’ varones, pienso más bien en el ilustre Manco de Lepanto, preso en las mazmorras de Argel, lucubrando ya a su Caballero de la Triste Figura… En gallego existe la palabra gaiola y su correspondiente concepto de ‘engaiolado’ o ‘engaiolada’, que sirve tanto para designar a quien está tras las rejas como para quien padece un cautiverio sentimental.
Tres de estas dulces cautivas de mis crónicas semanales, me llamaron, un día de la pasada semana, inquiriéndome la causa de no haber recibido ellas, durante tres semanas, mis acostumbrados artículos de índole literaria, que a veces llevan algún ingrediente de sesgo político –como bien apunta mi amigo Robinson– o alusiones a esa falaz crónica universal que llamamos, pomposamente, Historia.
Respondí a las tres dueñas con la verdad: afanes contables por excesivo trabajo de fin de año, me impidieron escribir, durante el larguísimo lapso de veintiún días, situación que no deja de ser curiosa y asaz alarmante, porque soy capaz de hacerlo en cualquier circunstancia o lugar. De hecho, en mis continuas caminatas suelo esbozar los borradores de mis crónicas y los grabo en la memoria, y puedo reproducirlos luego, casi sin alteraciones, para estructurar el texto definitivo. Un raro hábito de la nemotecnia.
María Isabel, Julia e Ivonne me han recriminado, con esa equívoca dulzura de las féminas en ciertos actos de reproche fraterno, por mi circunstancial omisión. Esto me llevó a concluir ayer una crónica ensayística sobre los llamados “espacios intemporales”, y otra de reseña literaria sobre los creadores de Chiloé, una de mis “tres pequeñas patrias”, parodiando a Basilio Losada. Y ahora desgrano ésta, en la mañana del lunes último de noviembre, como homenaje a estas fieles lectoras (todas, válgame Dios, no sólo las tres que menciono), y aun a los pacientes lectores, algunos asaz críticos y agudos contradictores; entre todos –ellas y ellos–, sobrepasan los cuatro centenares, lo que significa mucho para mí, aunque no sea a la postre un premio inmerecido, porque –modestia aparte– son de primera calidad mis escritos, aun cuando me sea difícil mantener un nivel de excelencia con la regularidad que quisiera (nadie es perfecto, ni siquiera yo).
Cuento ahora a mis lectoras y lectores de esta cofradía virtual, que comencé a escribir, con la frecuencia mínima de una crónica semanal, en 1996, con ocasión de la visita a Chile del director del periódico ‘Galicia en el Mundo’, con quien me comprometí a cumplir con esa entrega, con el aliciente adicional de ver publicados mis textos en esa “patria del Noroeste”. (Mi tercera patria íntima no la revelaré, por ahora). 
Desde entonces, llevo escritas más de un millar de crónicas, sin pausa; la mayoría de ellas, publicadas en Galicia, aunque a partir del 2005, además, las publico en medios cibernéticos de Chile y Argentina; y algunas de ellas han aparecido en Brasil, merced a los buenos oficios de mi amigo Fernando Ozorio, destacado gestor cultural de la Universidad de Fluminense y conocedor de la lengua gallega, madre del portugués, según Luis de Camoens. 
Mucho antes, en 1973, publiqué un par de artículos en ‘El Siglo’ y ‘Punto Final’, pero fueron chispazos que no alcanzaron a suscitar una humilde fogata periódica. Durante los largos años de la dictadura, vieron la luz algunos breves textos míos en los diarios ‘La Época’ y ‘Fortín Mapocho’, y uno que otro comentario de literatura en ‘La Nación’ y aun en ‘El Mercurio’ –lo que no es poco decir–. Asimismo, a comienzos de los 80, a instancias del maestro Filebo, se publicaron mis reseñas de libros en el diario ‘Las últimas Noticias’, cuando el bueno de Sánchez Latorre daba cabida a los ansiosos escritores chilenos, que le dejaban en la Casa del Escritor sus anhelantes cuartillas, aguardando cada miércoles, día de una estrecha “página cultural”, para ver publicados aquellos textos que no tenían espacio posible de difusión en ningún otro medio… El día martes, cuando eran entonces las reuniones en la SECH, había caras largas por la frustración del miércoles anterior, y rostros esperanzados por la posibilidad incierta del día de mañana… Huelga decir que aquellas estrechas y modestas columnas periodísticas no tenían retribución pecuniaria.
Otros tiempos, claro. Hoy, el milagro de internet ha abierto espacios inusuales para publicar en numerosas páginas de la web, sin restricciones. Existen incontables revistas de todo tipo y blogs de diversa laya, pretenciosas algunas, cursis y sensibleras en su mayoría, pero ofrecen la posibilidad de la grafomanía locuaz, mal endémico de nuestro tiempo, junto al ejercicio son pausa de la “opinología”. Quizá ocurre también en Chile lo que señalara hace poco una periodista española, en una crónica publicada en ‘El País’: “En España, ya nadie lee; todos están escribiendo”.
Y claro, no hay político ni empresario ni futbolista exitoso que no se empeñe en publicar sus enjundiosas “memorias”, es decir, la cronología cacofónica y petulante de sus logros en los espacios del consumo y la farándula, olvidando que la mejor y más auténtica literatura se nutre del fracaso, y a menudo, brota después de prolongados silencios… Pero editar un libro, aunque te lo escriba por encargo un ‘negro’, es otra forma de prestigio, sin duda. Para eso tienen también a mano, con un par de clics, la multiplicidad casi infinita de esas ventanas que se vuelven espejos onanistas y multicolores, donde el vulgo suele dar a conocer, sin pudor alguno ni autocrítica, su “estado” y sus fotos “de perfil” y las “gracias” de hijos, nietos y biznietos, miren que es resbalosa la felicidad y cabe cogerla donde se pueda, aun a riesgo de incurrir en cursilerías y despropósitos de vario jaez…
En mi caso, cuento con el bagaje emotivo y fraternal de mis lectoras y lectores cautivos, porque interactúo a menudo con ellas y ellos, percatándome de que sí me leen y a veces comentan algunos de mis textos –como se ha dicho– los critican o encomian, según sea el caso, dándome aliento y estímulo para seguir practicando este vicio de la palabra escrita, que si no te da de comer el inaplazable sustento de cada día, sí te gratifica con el pan necesario de la palabra, sin el cual –yo, al menos– no podría vivir.
Gracias, dulces lectoras y amables lectores… Prometo esmerarme con mis crónicas, tanto en regularidad como en eficacia verbal. Que así sea.