Opinión

La insoportable mezquindad de los poderosos

La insoportable mezquindad de los poderosos

Desde aquel diputado conservador y asaz terrateniente, que se arrodilló en el hemiciclo del Congreso Nacional, en el momento de aprobarse en Chile la Ley General de Instrucción Primaria, el 24 de noviembre de 1860, bajo la presidencia de Manuel Montt, clamando al cielo: -“¡Que Dios nos ampare!, ¿quién va a trabajar ahora nuestros campos?”, hasta nuestros días, la Historia, esa entelequia memoriosa de apariencia inextricable que alguien bautizara como ‘ramera ilustrada’, ha corrido lo suyo, casi siempre lejos de nuestras fronteras isleñas de este Último Reino aldeano, también llamado Chile. Pues las fuerzas retardatarias que sustentan el mayor de los poderes: el económico, continúan en pie de guerra, con inusitado y feroz vigor, en contra de todo lo que signifique amenaza o simple riesgo para sus odiosas prebendas.

Las tragedias de los presidentes Balmaceda (1891) y Allende (1973) constituyen hitos señeros de este proceso de regresión constante y aniquilamiento paulatino de logros de independencia económica y de conquistas sociales. Una sociedad como la nuestra, sustentada en el irrestricto derecho de la propiedad privada, por sobre toda otra consideración, funciona bajo la brutal ideología del interés propietario. Todo está sujeto a ese arbitrio, aunque las expresiones de buena crianza de la Constitución Política del Estado sugieran en su preámbulo metafísico algo distinto, consagrando derechos tan etéreos como impracticables. De la carta magna de 1925 a la de 1980 poco ha cambiado en tal sentido. Peor aún, el espurio código matriz que nos rige, elaborado bajo la inspiración canónica de ese siniestro derechista decimonónico llamado Jaime Guzmán, se erigió como baluarte en contra de los derechos fundamentales de la clase trabajadora de nuestra patria, cercenando, por medio del Código del Trabajo y sus constantes ‘correcciones’, logros y conquistas que costaron sangre, sudor y lágrimas para ser incorporados como beneficios tangibles, en mayor proporción e importancia, entre los años1965 y 1973.

Quienes nos opusimos a la dictadura militar-empresarial alentamos una fallida esperanza en la transición a la democracia, proceso que se extendió durante un cuarto de siglo y que aún no concluye... Es más, podemos afirmar que sus propuestas libertarias y emancipadoras han ido en franco retroceso, pese a los esfuerzos de un sector de la izquierda progresista chilena en llevar a cabo transformaciones sustanciales, tales como las reformas tributaria, educacional, de salud y de previsión social, iniciativas que adolecen de errores legislativos de fondo y forma, habiendo sido torpedeadas y desnaturalizadas, tanto por la oposición política de derecha como por parlamentarios y funcionarios de la propia coalición, de supuesto sesgo socialista, que siguen apostando al extremo modelo neoliberal, conocido como ‘capitalismo salvaje’.

El asunto parece claro: los poderosos no están dispuestos a pagar más tributos, se resisten a perder esos ámbitos de privilegio y usura, que Pinochet y los suyos les obsequiaran como botín de guerra: la educación, la salud y la previsión social, para transformar estos veneros en una nueva y próspera hacienda de su peculio, provocando evidente retroceso en la distribución del ingreso per cápita y un incremento pasmoso de la inequidad, como lo muestran las estadísticas internacionales al respecto. Así, mientras las pensiones por jubilación resultan exiguas para la inmensa mayoría de los trabajadores chilenos, otros estamentos e instituciones de minorías privilegiadas disfrutan de compensaciones vitalicias, aun habiendo cumplido sus beneficiarios menos de tres décadas de trabajo real; entre ellos, las fuerzas armadas y de orden.

Sin embargo, la administración de los fondos de pensiones ha generado y genera enormes beneficios que van directamente a los bolsillos de esos mismos especuladores que crearon un sistema inicuo, en virtud del cual el pobre entrega al rico los descuentos mensuales forzosos de su salario, pagándole además intereses por la administración del propio dinero, para contribuir a su riqueza mientras se empobrece proporcionalmente...

La actual propuesta del Ejecutivo, en orden a incrementar el ahorro previsional de los trabajadores, mediante una tasa adicional de 5% sobre la remuneración imponible, aporte que sería de cargo de los empleadores, ha suscitado una controversia que vuelve a poner en el centro del debate la renuencia férrea de las cúpulas gremiales del empresariado chileno para asumir cualquier costo social. Los argumentos, ampliamente difundidos por los medios de comunicación hoy proclives al sistema (casi todos), son los mismos de siempre: “la medida pondrá en serio riesgo la estabilidad laboral del mercado, aumentando los niveles de desocupación”. La herramienta eficaz es el miedo, junto a la exhibición diaria, ante la ‘opinión pública’, en esos mismos canales mercenarios, de las cifras de ‘nulo crecimiento económico’ del país y de la inexistencia de nuevos inversionistas. El mensaje explícito es: ‘Vote por Piñera y esto se revertirá’.

Por otra parte, la reacción chilena cuenta, además de los poderes fácticos, con una suerte de hermandad de inquisidores o suprapoder encarnado en el Tribunal Constitucional, hoy organismo de veto para cualquier iniciativa atentatoria contra los poderes establecidos. Lo que ocurre con la tibia propuesta de ley de ‘despenalización del aborto’ por tres causales específicas, que debieran ser irrebatibles, alcanza los lindes de lo grotesco. Diversos personajes de la vida pública, de las instituciones confesionales, de la farándula opinóloga y de la esperpéntica nacional, como el ‘pastor’ Soto, entre ellos, expresan a gritos sus dictámenes frente a la discusión de esta ley, arrogándose, entre otras, la representación del Altísimo y de los valores eternos e inmutables de la Moral y las Buenas Costumbres (con mayúscula, si me hacen el favor). Se autodenominan ‘defensores de la vida’, aunque hayan aceptado, y lo sigan haciendo, los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura que suscribieron o de la que continúan siendo cómplices, entre los cuales se confirma, sin atención mediática ni juicio público, el vil asesinato del expresidente de la República, Eduardo Frei Montalvo, a manos de agentes del Estado y bajo orden expresa del dictador.

La abstención de los democratacristianos ante la llamada ‘ley del aborto’ impidió que la iniciativa siguiera su curso legislativo regular. No es primera vez que los miembros de esa colectividad optan por la actitud del fariseo político (Salvador Allende lo supo en propiedad), pero en esta ocasión y dadas las circunstancias históricas en que se llevó a cabo, su resultado ha sido también nefasto, impidiendo que se aprobara una norma legal tan necesaria como urgente, en favor de la mujer y de su dignidad pisoteada. Monseñor Ezzati aplaudió el hecho, ratificando, de paso, que nuestra institucionalidad, habiendo logrado separar al Estado de la tuición de la Iglesia católica en 1925, hace noventa y dos años, aún no adquiere su plenitud laica y civilizada. Esta institución que algunos estiman venerable, hace uso hábil del miedo escatológico, extendiendo su nefasto influjo a grupos y entidades ajenos al compromiso teocrático que parecen rendirse ante el fantasma de su alicaído prestigio.

(Escribo esta crónica, fiel amigo lector, en la tarde de este domingo 20 de agosto de 2017. Mañana conoceremos el pronunciamiento de la Santa Hermandad Constitucional. Mi percepción es pesimista, por lo que seguiremos hablando el venidero lunes 21, para rematar el texto, aunque no sea de rodillas, como el diputado aquél).   

Me equivoqué de manera feliz... El resultado del pronunciamiento de los ilustrísimos, ante la expectación mediática y las túnicas rasgadas, fue de seis a cuatro, un score futbolero digno de una final por penales, a favor de la ley de despenalización del aborto. ¡Fantástico! Hubo que bregar mucho para llegar a esto, sin duda, pues la reacción política chilena, incluyendo en ella a gran parte de la Democracia Cristiana, sigue mirando a la mujer como un ser subordinado a la voluntad del varón, una suerte de receptáculo de sus humores físicos y de su voluntad ideológica. El argumento central de toda esta jarana es la supuesta ‘defensa de la vida’, hipótesis insostenible a la luz de la Historia de este país, que nos muestra cómo se han forjado los poderes de la joven república sobre la base del crimen, la expoliación y el genocidio. Pero, claro, no se trata de eso, sino de defender, al precio que sea, los privilegios| de los machos propietarios o apropiadores, en desmedro de la ‘costilla de Adán’ o ‘transmisora del pecado original’. Porque el aborto, selectivo y oportuno, lo viene practicando hace mucho esa clase, que hoy impugna las tres causales básicas, a través de ‘sus’ mujeres: la esposa, la hija o la nieta, según sea el caso, recurriendo a las mejores clínicas para una ‘apendicitis de urgencia’ o un ‘cólico renal’… Asunto muy diferente ha sido y es el drama de la mujer pueblerina abusada, violada o con un embarazo temprano, que recurre a soluciones precarias, a menudo arriesgando la vida, sí, esa vida preciosa y sagrada de los que a duras penas sobreviven para que unos pocos vivan ‘como Dios manda’.