Opinión

El gran regalo de Gabriela

El Consejo del Libro y la Lectura ha obsequiado, a cada uno de los consejeros, la obra reunida de nuestra grande y admirada Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura 1945. Este extraordinario regalo pareciera venir de las manos de la niña de Elqui, en tiempos de incertidumbre y zozobra, como bálsamo hecho de palabras fecundas.
El gran regalo de Gabriela

El Consejo del Libro y la Lectura ha obsequiado, a cada uno de los consejeros, la obra reunida de nuestra grande y admirada Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura 1945. Este extraordinario regalo pareciera venir de las manos de la niña de Elqui, en tiempos de incertidumbre y zozobra, como bálsamo hecho de palabras fecundas.

Cuatro tomos de poesía; tres de prosa y uno de cartas completan la opera magna, cuyo título no ha sido “obra completa”, como se explica en sus preliminares, porque aún no existe la certeza de que esté aquí todo lo que Gabriela Mistral escribiera en su prolífica existencia. En el liminar ‘Para Leer’, escrito por Pedro Pablo Zegers, director de la Biblioteca Nacional, dice:

“Esta Obra Reunida de Gabriela Mistral surge en el contexto de los 130 años de la celebración del natalicio de nuestro primer premio Nobel de literatura y de una necesidad impostergable de dar a conocer más extensamente su legado literario, tanto en verso como en prosa…

“…Se incluyen sus textos más importantes, los que podríamos denominar su obra oficial, aquellos que hemos llamado ‘canónicos’, editados en vida por la autora, y que en gran parte han sido publicados en libros individuales y en diversas compilaciones anteriores, pero sin dejar de incluir una cantidad significativa de inéditos y dispersos que estimamos ‘acabados’ y no en proceso de escritura. Aquí hay que hacer una aclaración: efectivamente existe mucho trabajo de Gabriela Mistral en ese proceso de taller, tan afín con su modo de escribir, con su prurito de la corrección excesiva, y que por esa razón no ha sido incluido en estas ediciones”.

He aquí un nuevo desafío de honda lectura para acometer. Marisol y yo no pudimos esperar. Algunos libros quedaron a medio camino, aguardando ocasiones más propicias, porque Gabriela Mistral ha entrado en nuestra casa con todo su esplendor expresivo, y el resto de los huéspedes hubo de retirarse a una habitación más lejana.

Hace una década, escribí una crónica, esbozo de ensayo comparativo, titulada ‘Rosalía y Gabriela, poetas de la desolación’, en la que intento un acercamiento lírico y temático de ambas poetas superlativas, Rosalía de Castro (1837-1885), gallega, y Gabriela Mistral (1889-1957), chilena, en su condición de notables creadoras de su tiempo, mujeres marginadas por una sociedad arbitraria y rectora de machismo y patriarcado.

En ese texto escribí: “Hasta ahora no hay indicios de que Gabriela Mistral haya accedido a la obra poética de Rosalía de Castro, aun cuando Juana de Ibarbouru y Alfonsina Storni –referentes literarias coetáneas de Gabriela–, conocieran y se encantaran con la poesía de la ‘hija del Sar’; también Victoria Ocampo fue entusiasta lectora de la obra de Rosalía; con aquella, Gabriela mantuvo asidua correspondencia y algunos contactos esporádicos, pero no existe rasgo alguno en la obra de la hija de Elqui que nos remita a la excelsa poeta gallega del siglo XIX”. (lo subrayo ahora).

Pues bien, anoche, Marisol me llama, extendiéndome el IV Tomo de Poesía, y me dice, como una eficaz profesora normalista: “Anda a la página 319”. Y me topo con el hallazgo; se trata del bello poema ‘Las Mismas’, donde sí hay referencias explícitas a Rosalía de Castro, en un texto poético de singular fuerza expresiva de lo femenino, como instancia de unión de voluntades, a través de los siglos, que parecen retomar un testimonio, la antorcha donde brilla una luz liberadora de esperanza y realización.

Era difícil, improbable, que Gabriela Mistral no hubiese conocido la obra de Rosalía de Castro. Hemos salido, pues, de la duda que parecía ya certeza. Transcribo para ustedes el poema, cuya recuperación debemos agradecer, no solo a los diligentes editores, a nuestro caro amigo Jaime Quezada, sino también a Doris Dana, que conservó invaluables manuscritos de la Mistral, con celo amoroso y estético. Entre los placeres de la literatura están estas benditas sorpresas.

                                              

Las mismas

De montañas descendimos

o salimos de unas islas.

con olor de pastos bravos

o profundas y salinas.

y pasamos las ciudades

hijas de una marejada

o del viento o las encinas.

 

En el Cristo bautizadas

o en Mahoma de la Libia,

pero en vano maceradas

por copal y por la mirra.

 

Lo que en pastos de pastores

se llamaba Rosalía

y la nuestra del gran río

que mentábamos Delmira

y las otras que vendrán

por las aguas de la vida.

 

El olor de los lagares

en las sienes nos destila

o la carne en los pinares

desvaría en las resinas,

y nacimos y morimos

pánicas e irredimidas.

 

Nacemos en tierra varia,

en el sol o la neblina,

tú en ternuras de Galicia

y en el trópico Altamira

y como cien lanzaderas

que en el mismo telar pican,

a veces no nos hallamos

aunque sea por las mismas.

Somos viejas, somos mozas

y hablamos hablas latinas

o tártaras o espartanas,

con frenesí o con agonía,

y los dioses nos hicieron

dispersas y reunidas.

 

La canción de silbo agudo

calofría la campiña

o parece ritmo seco

de hierros en roca viva,

pero es siempre la mixtura

de Medea o de Canidia,

y Eva tiene muerto a Abel

y a Caín en las pupilas

 

En los cielos sanguinarios

de praderas o avenidas

unas veces todas vamos

a país de maravilla

o venimos como Níobes

por la vieja cara mísera.

 

Las más fuertes son amargas

y las más dulces transidas,

las más duras Déboras

y las más tiernas Rosalías,

y así erguidas o cegadas

todas una sangre misma

se nos rasga el secreto

de la sin razón venidas.

Leer, una y otra vez, el poema. Hay otra Rosalía, más niña, amiga de la Gabriela de los juegos y las rondas, la nombrada en ‘Todas íbamos a ser reinas’; y esta Rosalía gallega, descubierta por Gabriela Mistral, conocida no sabemos cuándo, de la mejor manera posible,  a través de sus versos que hermanan los sueños forjados en el valle de Elqui, donde el universo está hecho de sol y estrellas y de montes desnudos como el cuerpo de Eva, mientras esa otra, hija de la lluvia, de la piedra y de los bosques, urdía similar canto en el telar de notas universales y dolorosas.

De nuevo, en la mesa del tiempo, Rosalía y Gabriela extienden los primores de sus poemas. Al fin y al cabo, el júbilo de las palabras es lo único nuestro, atesorado y seguro en el infinito abecedario.