Opinión

Teodomiro, Compostela, Almanzor y Diego Peláez

“El obispo de Iria, Teodomiro algo extraordinario encontró en la iglesia de Compostela, para querer ser enterrado en ella, y no en la de Iria, en tierras próximas de Padrón, de donde era obispo y donde estaban enterrados sus predecesores.
Teodomiro, Compostela, Almanzor y Diego Peláez
“El obispo de Iria, Teodomiro algo extraordinario encontró en la iglesia de Compostela, para querer ser enterrado en ella, y no en la de Iria, en tierras próximas de Padrón, de donde era obispo y donde estaban enterrados sus predecesores. Iglesia que inicialmente se construyó en la época señalada para el descubrimiento del sepulcro del Apóstol, levantándola sobre un lugar con restos arqueológicos mucho más antiguos, por lo que cabe el deducir que es indudable la realidad histórica del descubrimiento de un sepulcro, en el sigo IX, en lo que ahora es Compostela, cuya significación religiosa fue extraordinaria”, escribe el historiador y profesor Hipólito de Sa Bravo, quien fuera correspondiente de las Academias de la Historia y Gallega, en su ensayo titulado Influencias del Camino de Santiago en la Cultura y el Arte de Galicia, Año Santo Compostelano ‘82, Artes Gráficas Galicia, Vigo, 1982.
Tal tradición compostelana halló auténtica respuesta en los restos de las excavaciones comenzadas en 1946, al retirar el coro de la nave central de la Catedral. Gracias a los mismos sabemos que el sepulcro del Apóstol se encontraba entre los fragmentos de un monumento funerario romano. Este hecho nos retrocede a los primeros tiempos de la iglesia, en la cual se aprovechó una necrópolis cristianizada a fin de dar sepultura en ella al cuerpo de Santiago. En idéntico lugar –respetando en su totalidad el monumento funerario– se levantó la primera iglesia del Apóstol Santiago, que mandó edificar el rey Alfonso II el Casto. Con paredes de piedra y barro, rústica, fue sustituida por la nueva de estilo mozárabe, consagrada en el año 899 por el obispo Sisnando, a quien acompañaron dieciséis prelados y numeroso clero. Se trataba de una iglesia más espaciosa, con tres naves y tres ábsides, construida al estilo de las iglesias prerrománicas de carácter asturiano, con muros de mampostería enlucidos y esquinales de cantería, dejando en la parte central el primigenio altar que existía sobre el sepulcro cuando éste fue descubierto. Convendría evocar cómo en el año 977 el templo sintió el azote de las huestes de Almanzor, quien, luego de haber arrasado la población, ordenó destruirlo, salvándose aquella parte en donde estaba el sepulcro. Más adelante, San Pedro de Mezonzo la reconstruyó. Los historiadores árabes nos ofrecen no pocos detalles acerca de la incursión de Almanzor y de su acción destructiva en Compostela, desde donde se llevó como trofeos las célebres campanas y las puertas de la catedral, haciéndolas transportar, según la tradición, a hombros de los cautivos cristianos hasta la capital musulmana de Córdoba.
Durante las excavaciones llevadas a cabo por López Ferreiro, al igual que en las realizadas posteriormente, se comprobó que el fuego fue el empleado para la destrucción del templo. Merced a aquellas excavaciones arqueológicas del año 1878, se hallaron piedras y mármoles calcinados junto con restos de maderas quemadas. A estas dos iglesias sucedió la nueva Catedral que se inició durante la segunda mitad del siglo XI, siendo obispo don Diego Peláez. Se muestran por entonces las influencias arquitectónicas de diversas escuelas francesas, llegadas más tarde a través del Camino de las Peregrinaciones. Los primeros maestros planificaron y nos regalaron su huella en la girola, las naves y la fachada de la Puerta de Platerías. En el Codex Calixtinus se menciona a Bernardo y Roberto, quienes en 1074 iniciaron las obras de la gran basílica, coronándola el maestro Mateo en el Pórtico de la Gloria.