Opinión

Qué hacer con nuestros adultos

La juventud es un mal que no hay dinero ni cirujano plástico que combata: sólo se cura con la edad, pero se cura siempre.

Qué hacer con nuestros adultos

La juventud es un mal que no hay dinero ni cirujano plástico que combata: sólo se cura con la edad, pero se cura siempre. Sin embargo, la maldad y la mala fe no se curan, duran toda la vida. Como la migración periódica y previsible del caribú, cada cierto tiempo se repite con los mismos prejuicios un falso debate sobre la ‘actual juventud’, que siempre es la peor y la más violenta de todas las generaciones que le precedieron. A quien la juventud hace impetuoso, la edad adulta le hace tonto de vanidad de tanto desdecirse de su pasado. Estos días trabajan con tantas prisas como improvisación los opinadores de los periódicos gallegos tras producirse media docena de actos vandálicos en fiestas estudiantiles celebradas en albergues rurales del país. Los sabios columnistas se devanan los sesos para crear el gran artículo que retrate a una juventud en un momento histórico único, de violencia única, de particularidades únicas. Yo me voy a callar mis locuras de juventud porque si las digo aquí no me las pasa ni mister Lamas, el redactor jefe de este semanario que me ha consentido escribir durante años lo que no se acepta en otros periódicos gallegos pero ordenaría apagar las rotativas si aquí cuento mis tropelías de juventud, tan propias de la edad como la de tantos y tantos que, para los opinadores del momento, encarnábamos la generación que acabaría con la civilización. Con los años, nos hacemos burgueses en el sentido de la propiedad de las cosas pero también en la forma de juzgar nuestro pasado. Tiene el burgués obsesión por hacerse un nombre. Es cruel cargar contra estos cuatro chavales –un buen bofetón, de los de toda la vida, con la mano abierta, y acabamos con la poética de la generación ‘especial’– con la herencia que les dejamos los adultos. Como ya he dicho otras veces, no conozco a ningún veinteañero que promueva leyes para desahuciar a familias enteras, ninguno que escriba artículos fascistas en los grandes medios, ninguno que envíe soldados a invadir otros países, no hay jóvenes reformando el Código Penal ni haciendo convenios de publicidad con las peores dictaduras árabes mientras bombardeamos los modelos islámicos más igualitarios. La generación de ‘nuestros adultos’ sí que es violenta y sin remedio.

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