Opinión

Putiferio

Leíamos no hace mucho que en los Estados Unidos hay pocas comunidades que cumplan mejor los ritos castradores de la homofobia que la negra. Abrazan cadenas que antes los sometieron.

Leíamos no hace mucho que en los Estados Unidos hay pocas comunidades que cumplan mejor los ritos castradores de la homofobia que la negra. Abrazan cadenas que antes los sometieron. Adoctrinados por predicadores que ven en la ciudad moderna un putiferio apto para el incesto, la sodomía y el abuso de menores, las comunidades brunas, lobotomizadas por las credenciales ultras de sus párrocos, estigmatizan a los homosexuales.
La realidad puede tener sentido; ahora bien, más de la mitad de los países del planeta no atacan –más bien avalan– la homofobia, algunos de manera brutal. La pasada semana en Rusia, nación que persigue con saña el matrimonio entre homosexuales, dos jóvenes apuñalaron, ultrajaron y destrozaron el cuerpo de un jovencito con tendencia gay. Las autoridades de Moscú, como en otras ocasiones, guardaron sepulcral silencio.
Los gobiernos democráticos europeos luchan con fuerza con el deseo de anular esa lacra criminal que cercena la libertad de la convivencia y el matrimonio entre personas afectas a su mismo sexo. Mucho se ha conseguido en el viejo continente: tanto, que ha sido noticia en los medios de comunicación la decisión del Consejo Nacional de Justicia de Brasil de castigar con dureza los actos contra los transexuales.
El problema es de conciencia, igualdad entre la sociedad y el respeto, como norma sagrada, a favor de gays y lesbianas. La homosexualidad en cada una de sus facetas es todavía ilegal en 78 países. En algunos de ellos, informa la Asociación Internacional que los apoya, esa angustia permanente se finiquita con palizas, detenciones o llanamente asesinándolos.
Hay acciones que llenan de espanto: en Mauritania, Arabia Saudí, Yemen, Sudán, Irán y zonas de Somalia y Nigeria, las relaciones carnales de placer o amor entre hombres por una parte y mujeres por la otra, se castigan con la pena de muerte.
En la mitad del medio se alzan las religiones de diferentes credos –en los Estados Unidos abundan– que intenta imponer a la fuerza y de manera inhumana un acto que solamente genera sufrimiento para miles de personas, cuyo único pecado es ser diferentes en algo tan natural como el derecho de usar el cuerpo en libertad.
Ante tan horrible circunstancia, es necesario mantener en alto las instituciones democráticas, ayudar con la ley los que son distintos y en no realidad no lo son, y ya que el sexo no marca ni la indigencia ni el valor que puede tener el ser humano.