Opinión

Frustración

Un desempleado italiano de 49 años abrió fuego el pasado domingo 28 contra un edificio gubernamental en Roma, hiriendo a tres personas en una confusa acción donde pensaba que iba a poder culminar su aparente objetivo: “matar a la clase política”.

Un desempleado italiano de 49 años abrió fuego el pasado domingo 28 contra un edificio gubernamental en Roma, hiriendo a tres personas en una confusa acción donde pensaba que iba a poder culminar su aparente objetivo: “matar a la clase política”. Esas fueron presuntamente sus palabras días antes de cometer este atentado “aislado”, tal y como fue calificado por curiosamente el nuevo gobierno italiano que asumía ese día.
Visto el contexto, este suceso no puede ser banalmente catalogado como “aislado”. Sí en su forma, porque rara vez en la Europa ‘civilizada’ se ha visto un atentado así, pero no en el contexto. La crisis, obviamente, explicaría este nivel de frustración e indignación social contra las elites y la clase dirigente. Problema ya sintomático en el caso italiano, el cual llevaba casi tres meses sin gobierno tras las elecciones de febrero pasado que han dejado un escenario de preocupante atomización política.
No es aislado en el contexto cuando en 2012, un prejubilado griego agobiado por la crisis se suicidó frente al Parlamento de Atenas por no poder costear sus gastos y dejando una carta en la que instaba a la juventud a “la lucha armada contra la clase política”. Otra vez la clase política como depositario de esa frustración e indignación social cuando la corrupción y los abusos quedan impunes y el que paga es el ciudadano ‘de a pie’.
Europa vive, eso sí, un contexto de crisis social que puede desembocar en cierta violencia ‘proto-anarquista’ y ‘aislada’, pero para nada ajena a lo que realmente sucede. Como los atentados en el maratón de Boston, que no necesariamente tienen que ser contextualizados por un ‘lejano’ conflicto checheno por la procedencia y el origen étnico de sus dos autores sino por una situación de frustración social ante una crisis multiplicada en todos los aspectos. A los dos jóvenes de origen checheno que cometieron estos atentados se les identificó inmediatamente como una nueva especie de terrorista: “el lobo solitario”.
¿Estamos por tanto asistiendo a un revival de la violencia “aislada”, anárquica, “solitaria” contra los emblemas del poder? ¿Tendrá la crisis ese efecto radicalmente perverso que, si se intenta comprender bajo sus diversos aspectos, no deja de colocar en el tapete cierto barniz de ambigua legitimidad, a pesar de sus terroríficas consecuencias? ¿Tendrá una respuesta convincente esa ‘clase política’ a la que el desempleado italiano y el prejubilado griego no dudaron en apuntar como los culpables de la crisis?
Sea como sea, en el mundo de la austeridad y de los recortes activados por la crisis está creciendo un ambiente de frustración social que puede desembocar en los escenarios más volátiles, vulnerables e inimaginables posibles. Quién sabe si estos casos “aislados” se reactiven en situaciones mucho más “colectivas”.