Opinión

Esclavitud

La noción aristotélica de la virtud se ha superado, mientras los valores de la raza humana, los deseados desde Platón a John Rawis, se han venido deteriorando. “Seguimos yendo del hermano hombre al hermano lobo. Miles de personas, la mayoría mujeres y niños, continúan bajo el yugo de brutales organizaciones opresoras”. El sometimiento de unos sobre los otros existe hace más de 10.
La noción aristotélica de la virtud se ha superado, mientras los valores de la raza humana, los deseados desde Platón a John Rawis, se han venido deteriorando.
“Seguimos yendo del hermano hombre al hermano lobo. Miles de personas, la mayoría mujeres y niños, continúan bajo el yugo de brutales organizaciones opresoras”.
El sometimiento de unos sobre los otros existe hace más de 10.000 años, y ahora mismo, en algunas naciones, se sigue comercializando con personas cual si fueran ganado. Hoy, a algunos de esos grupos marginados se les llama, ambiguamente, emigrantes.
Existió un tiempo en el que el único comercio consolidado era la esclavitud. Ciudades-Imperios igual a Tebas, Cartago, Fenicia, Atenas, Constantinopla, Bagdad, La Meca, Sevilla, costas caribeñas y el sur del río Mississippi al amparo de Nueva Orleans, llenaban las mazmorras y las bodegas de sus navíos con carne humana.
Si la Roma de los césares consiguió ser una potencia durante siglos, se lo debe a la compraventa de esclavos.
Existían empresas constituidas igual a un ‘holding’ moderno, con casa matriz y sucursales en el mundo conocido, e igualmente docenas de empleados encargados de acarrear los mejores “productos” desde los más alejados rincones del orbe.
Jamás un negocio dio tanto. Los gobiernos europeos en los siglos XVI y XVII, España entre ellos, tenían, bajo tapadera –procurando no incomodar a la Iglesia, que observaba con un ojo medio abierto y otro bien cerrado– departamentos legales dedicados a la trata de negros con la misión de llevarlos a sus posiciones de ultramar.
Fue un lucro boyante y el que dejó más doblones en las avariciosas arcas de los crueles negreros. La mitad del continente africano, en triste medida, fue vaciado de sueños y afanes.
Quien haya visitado la capital de Inglaterra como turista conocerá esta bruma historia.
En la urbe mayor de la isla de Albión, al llegar a un recodo del río Támesis, el guía del tour, mirando las turbias aguas de las mil aventuras bajo pendones reales, dirá asombrado cual si narrara una historia inolvidable de orgullo patrio: “Quien dominara este paso, controlaba el río; quien tuviera el río, gobernaba Londres, y quien mandara la ciudad, tenía el control del próspero negocio de la esclavitud y de las especies”.
En la actualidad el vasallaje obligante va enfocado, en forma de marketing, hacia mano de obra barata y mujeres transportadas del centro de Europa y Sudamérica con la ingrata misión de llenar los lenocinios miserables o de lujo en las lascivas y refulgentes metrópolis del viejo continente.