Opinión

El coraje de Islandia

Una antigua balada señala: “La tierra de Dios, Belén; la de los santos Islandia…”. Cierto: la isla es de una hermosura salvaje rodeada del eterno hielo enclavado entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico. Con apenas 300.000 habitantes, ha sido estirpe de asombrosas aventuras, alguna punzantes.

Una antigua balada señala: “La tierra de Dios, Belén; la de los santos Islandia…”. Cierto: la isla es de una hermosura salvaje rodeada del eterno hielo enclavado entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico. Con apenas 300.000 habitantes, ha sido estirpe de asombrosas aventuras, alguna punzantes.
Se recuerda ahora, tras el colapso económico de hace cuatro años, como la isla sufrió un “shock” tan inhumano, que hasta el propio San Torlak resultó consternado.
No fue una malaventura chica lo sucedido: Islandia se había hundido, y no en las insondables aguas frías de sus costas, sino arrasada por aquel vendaval de pedruscos y céfiros huracanados en que se convirtió la crisis financiera planetaria.
El antiguo feudo de los vikingos, que había sido considerado uno de las más prósperos –el quinto en términos del PIB per cápita a nivel mundial–, estaba en quiebra, no disponía ni de una sola divisa y sus habitantes, de ser considerados cuasi felices, dentro del sentido decadente en que los seres humanos consideramos la prosperidad material, se hallaban al borde de la ruina.
En esos aciagos días contaba una crónica cómo la gente mayor que ha visto estremecida desaparecer sus ahorros de toda la vida y el futuro inmediato cubierto de desespero, recorrían las calles igual a zombis haciendo preguntas sin respuesta: ¿Por qué?
Familias imposibilitadas de pagar sus deudas hipotecarias; empresas cerradas, bancos con las cajas vacías, jóvenes con estudios universitarios superiores obligados a abandonarlos. Fue como si todos los volcanes de la isla hubieran hecho explosión a la vez.
Ah!, no todo se había perdido: Islandia tenía un tesoro: su gente. Soportaron las de Caín sin amilanarse jamás. Todo lo iniciaron de cero. Trabajaron con perseverancia, y de ese prodigio renació una isla que roza nuevamente el horizonte de la prosperidad con orgullo merecido.
Los pueblos no se hincan rodillas si ellos no quieren.