Opinión

Don Ramón de Mesonero Romanos y sus ‘Escenas Matritenses’

¿Quién fue Don Ramón de Mesonero Romanos? El escritor español que vio la luz el 19 de julio de 1803 en la madrileñísima calle por entonces denominada “del Olivo” y que hoy exhibe el nombre del clásico narrador costumbrista.

Don Ramón de Mesonero Romanos y sus ‘Escenas Matritenses’

¿Quién fue Don Ramón de Mesonero Romanos? El escritor español que vio la luz el 19 de julio de 1803 en la madrileñísima calle por entonces denominada “del Olivo” y que hoy exhibe el nombre del clásico narrador costumbrista. Su padre –salmantino, Don Matías Mesonero– “hallábase avecindado en Madrid hacía ya una veintena de años –recuerda el escritor–, y al frente de una casa de muchos e importantes negocios”. Casa que frecuentaban personas bien acomodadas y relacionadas con la atmósfera comercial madrileña. Eran agentes de Don Marías no sólo de España sino también de aquellas “colonias hispanas de América”.
Cuando apenas alcanzaba los cinco años, tuvo lugar el llamado ‘Dos de Mayo’: la tragedia de ver los cadáveres de españoles y franceses extendidos en el suelo entre los estampidos de los disparos. Confusas escenas de su infancia que le dejarían una imborrable memoria. Mesonero Romanos evoca a aquel padre Manjón, el ‘dómine’ de palmeta y autoritario. En 1813 hubo de interrumpir sus estudios de humanidades para ir con su familia a Salamanca, donde encontraron asoladas las propiedades de los padres a consecuencia de la guerra. Al retornar a Madrid, cursó estudios de filosofía, ‘devorando’ cuantos libros de historia cayeron en sus manos. Grave espectador del hambre que por aquellas épocas abrumó a la población de Madrid y, en general, a España entera. Al morir su padre de apoplejía en enero de 1820, tuvo que hacerse responsable de un amplio negocio que ni comprendía ni le interesaba. Muchacho de dieciséis años, ajeno por completo a los asuntos de índole comercial, convenció a su madre para que lo traspasara, ya que disponían de rentas suficientes para vivir sin agobios económicos.
Liberado de aquella especie de “gestor administrativo” del mundo del comercio, empezó a dedicarse a su sueño: el arte y la literatura, así como la observación de los tipos y costumbres populares y la contemplación de los monumentos, investigando la historia de cuanto veía. Secretario de la Academia del ‘Madrileñismo’, publicó en folleto Un ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821, iniciándose en las colaboraciones histórico-literarias y formando parte de algunas de sus “tertulias” también políticas. Las fluctuaciones de la política nacional lo obligaron a enrolarse en los ‘milicianos’, en 1823, con los que debió dar escolta a Fernando VII hasta Cádiz. De regreso a Madrid –ya libre de servicio– recorría la Villa y Corte madrileña, anotando las características y detalles arquitectónicos y folclóricos. Y empezó a publicar sus afamados “cuadernos de costumbres”. Llevó a cabo refundiciones de obras clásicas de Tirso de Molina, Lope de Vega y Hurtado de Mendoza, entre otros. Desistió pronto de ello, sin embargo, al estimar que esa labor no era sino una auténtica irreverencia contra el acervo clásico literario español. De manera que se aplicó a la observación del ambiente en que vivía al igual que de los ‘tipos’ que lo rodeaban y costumbres singulares. ¡Cuántos ‘cafés’ de moda frecuentó y en los que trabó conocimiento en medio del romanticismo de la época! Espronceda y Grimaldi. Ventura de la Vega y Escosura. Gil y Zárate, Estébanez Calderón (‘El Solitario’ de seudónimo, el gran costumbrista del alma andaluza) y Hartzenbush. García Gutiérrez y Tassara. Rubí y Ros de Olano. Zorrilla y Bravo Murillo y Bretón de los Herreros…
En 1831 publicó Mesonero su Manual de Madrid: descripción de la Corte y de la Villa. Al año siguiente, la primera de las que serían sus Escenas Matritenses, su obra más sobresaliente, firmada con el seudónimo de ‘Un curioso parlante’, con el título de ‘El retrato’. Murió en Madrid el 30 de abril de 1882.