Opinión

Al unísono

Un niño o niña necesita padre y madre por separado, no dos padres o dos madres al unísono; si así fuera, las celdillas de la vida, el caldo primitivo, los rudimentarios seres unicelulares de aquel evo, se hubieran encargado de ello desde el principio de los tiempos.

Un niño o niña necesita padre y madre por separado, no dos padres o dos madres al unísono; si así fuera, las celdillas de la vida, el caldo primitivo, los rudimentarios seres unicelulares de aquel evo, se hubieran encargado de ello desde el principio de los tiempos. La Naturaleza puede cometer estupideces, pero no errores.
El cardenal Edward Egan lo dijo y uno lo comparte: “Ninguna civilización que rechace el matrimonio puede sobrevivir”.
En el libro ‘La historia más bella del mundo’, tres grandes divulgadores nos narran nuestros complejos orígenes para llegar a esa gran epopeya que es la vida; uno de ellos, en un momento preciso, exclama: ¡Viva el sexo!
Hasta entonces las células se reproducían de manera idéntica, “con el sexo, dos seres vivos procrean un tercero que es distinto de ellos dos”.
Gracias a esa acción –una verdadera revolución– estalla la diversidad. La naturaleza puede cambiar genes. Y aquí surge una pregunta: ¿Por qué ésta no se estabilizó entre dos? ¿Por qué no en tres? El biólogo Joel de Rosnay, responde: “Para poder combinar dos pares de cromosomas en un huevo fecundado, se necesita una maquinaria biológica compleja. Y lo sería aún más si tuviera que mezclar tres patrimonios genéticos. Si hubo especies que inventaron una sexualidad de este tipo, no han sobrevivido”.
Por lo tanto, decir que una unión homosexual o de lesbianas es algo natural, es desconocer de los designios de la propia naturaleza. Puede llamarse ese ligamento si se desea, ajedrez o medusa, pero hasta ahí; jamás será una unión orgánica.
Intentar legalizar los matrimonios ‘gays’ es convertir el evento en un acto carnavalesco, chusco y decadente. Permitir encima que adopten hijos, es lo ya dicho: aberración, y alguien debe llamar las cosas por su nombre y dejarse de tanto eufemismo falso y retrógrado.
El matrimonio, del latín “matrimonium”, de “mater-matris”, es la unión del hombre y la mujer. Nada más. Las parejas de homosexuales o lesbianas pueden convivir juntas legalmente, tener derechos consagrados a todo ser humano y no ser discriminados por ello, pues es una acción tal cierta como otra cualquiera, y en ese campo toda legislación debe de amparar y proteger hasta lo máximo esa convivencia. Rechazarlo es criminal y no debe ser permitido bajo ninguna ley.
No haría falta expresarlo: no estamos –ni de palabra ni obra– contra el mundo gay, pero sí sostengo que la humanidad existe, llegó a los albores del siglo XXI, gracias al matrimonio entre hombre y mujer, y de esa forma procrear hijos para la perduración de la raza humana.
Un documento del Vaticano pide a los políticos católicos no avalar esa práctica antinatura: “No existe absolutamente ninguna base para considerar en modo alguno a las uniones homosexuales similares ni remotamente análogas al plan de Dios para el matrimonio y la familia”.
Hablamos al principio de tolerancia, también de moral. ¿No estaremos haciendo añicos la barrera de los valores más intrínsecos de nuestra especie? Es solamente una pregunta, pero alguien debería responderla.