Tribuna Abierta de Juan Manuel Giráldez Pérez

Zaira

Los que me conocen de cerca, me habrán oído decir muchas veces, que lo más noble y querida que encontré en la vida fue mi esposa Zaira, después mis hijos. Mi madre, por supuesto, no entra en estas comparaciones.
Manolo y Zaira.

Los que me conocen de cerca, me habrán oído decir muchas veces, que lo más noble y querida que encontré en la vida fue mi esposa Zaira, después mis hijos. Mi madre, por supuesto, no entra en estas comparaciones. Una madre es madre y su amor no tiene límite. Pero mi esposa Zaira, fue todo para mí en la vida: mi esposa, mi amante, mi compañera, mi amiga y la inigualable madre de mis hijos. Desde hace 50 años hemos luchado juntos para conseguir el mejor capital a que se puede aspirar y lo hemos logrado, sin sombras ni amarguras: ser felices, en un mundo de ambiciones, egoísmos y despotismo, en donde se practica la religión del dios dinero, año y señor del universo. Ser feliz fue nuestra meta y ella lo logró con su comprensión y su inteligencia. Sé que por muchos años que viviera jamás podría pagarle su amplitud y su nobleza para conmigo.
Ella fue mi amiga, mi compañera, mi esposa amada. Siempre con la sonrisa en los labios. En las buenas y en las malas, como el soporte firme y leal de mi vida.
Dentro de ese camino sembrado de nobleza, sinceridad y humildad hemos conseguido juntos unas de las satisfacciones más gratas a la que unos padres puedan aspirar, lograr que nuestros hijos sean nuestro amigos, ¡son nuestros amigos!
Son nuestro orgullo y nuestra razón de ser. Sus vidas les pertenecen y ellos sabrán encauzarlas por el camino en donde lo humano este siempre por encima de lo material.
Siempre pensé que Zaira me despediría en el día final de mi vida, pero no fue así. Se nos fue; se fue mi ‘cachorrita linda’, como yo la llamaba, el día 4 de enero, comenzando el año, para mi amargo, del 2013. Tuve que verla partir y no estaba preparado para eso.
Quiero que me permitan escribir para mis hijos la última parte de este artículo dedicado enteramente a su madre, a mi esposa amada e inolvidable. Escribiré lo que siento, en medio de esta terrible tormenta de angustia y dolor que dominan mis sentidos.
¡Mamá se fue, hijos!; Se fue para siempre, ¡qué difícil es admitirlo! ¿Verdad hijos? Ya no volveremos a verla, a oírla; a oír sus consejos… Se fue, hijos, y con ella se fue la mitad de mi vida, de mi alegría, de mi felicidad, de mi esperanza y de mi fe. Hasta la fe a Dios, quedó reducida a la mitad. ¿Por qué se la llevó, sí antes tenía que llevarme a mí? Por lógica, por edad y porque el enfermo era yo.
Pero no, se la llevó a ella, quizás, para que yo supiera lo que suponía vivir esta amargura que yo deseaba para ella. Cada vez que despierto y ella no está a mi lado, siento que el mundo se me cae encima. Cada vez que salgo y pienso que al regresar no voy a encontrarla me sucede lo mismo.
Su madre, hijos, fue para mí, no solo mi esposa amada, fue mi amiga, mi confidente, mi consejera, mi compañera, ¡fue todo para mí en la vida!
Pero ya se fue, hijos, ya no volverá del viaje eterno. La vida sigue, lo sé, pero aún no he podido asimilarlo. Tardaré un tiempo, pero lo lograré, por ella por su recuerdo, por su bondad, su nobleza y porque presiento que ella me está esperando, pero quiere que esté un tiempito más con ustedes.
Zaira, adorada por mí, querida por todos cuanto la han conocido, por su belleza, por su personalidad, por su bondad y su alegría.  
Zaira, mi amada esposa, su madre querida y la amiga fiel y leal.
No puedo escribir más hijos. Quiero pedirles que jamás la olviden, jamás dejen de hablar de ella y pídanle su bendición: ¡Bendición mamá!
Eso nos ayudará a aprender a vivir sin ella.
¡Gracias hijos queridos! Gracias por ser mis hijos, con las cualidades y las bondades de su madre.
Gracias a ti, Zaira, mi esposa amada, por toda la felicidad que me has dado durante más de 50 años y será hasta el fin de mis días, porque tu vivirás en mí. ¡Gracias!