Tribuna abierta de Mario Crespo Ballesteros

Nuestros tesoros humanos

Desde sus 19 años, Matsubara Nobuose dedica a teñir kimonos con una centenaria técnica japonesa llamada Nagaita Chugata, que aprendió de su padre. Utiliza una tabla larga para estampar en la tela coloridos patrones geométricos y florales. Tiene un estudio en la prefectura de Chiba. Matsubara Nobuo es considerado, desde 2023, un “tesoro nacional viviente”, uno de los mayores honores que Japón concede a sus artesanos y artistas.
Mario Crespo
Mario Crespo.

La idea nació en el Japón de posguerra, esa piel llena de cicatrices, físicas y morales, que tan bien describen Seicho Matsumoto o Akimitsu Takagi en sus novelas negras. Frente a la occidentalización acelerada, las élites entendieron que preservar su cultura no era una simple cuestión estética sino una garantía de continuidad nacional. En 1950 se creó el programa ‘Tesoros Nacionales Vivientes’, destinado a proteger a maestros de técnicas tradicionales en peligro de extinción.

Los diez primeros portadores de bienes culturales intangibles fueron seleccionados en 1955. La lista incluía expertos en cerámica, tejidos o madera; más tarde se amplió la gama de actividades a la música y el teatro tradicionales. Hoy más de 120 individuos están incluidos en el programa.

Además del honor que supone reconocer su valía, que es lo principal, el Estado les otorga una dotación económica anual (2 millones de yenes, unos 12.000 euros) y apoyo para la formación de aprendices. A cambio, se convierten en mentores y exhiben su arte tanto en Japón como en el extranjero, actuando como verdaderos embajadores de su país. Este año, el gobierno se plantea ensanchar aún más el campo e incluir, por ejemplo, a chefs de shushi o productores de sake.

Savoir faire a la francesa

Conocí el programa hace poco, en la exquisita cuenta de X @wrathofgnon, que divulga contenido sobre artesanía y urbanismo con perspectiva conservadora, y me pareció una idea tan brillante como a contracorriente. Su esencia, y lo que más desafía la mentalidad de hoy, es que no premia el genio individual, sino la continuidad. No busca artistas innovadores, sino artesanos anónimos capaces de mantener un legado y llevarlo a la excelencia exprimiendo lo mejor de su talento.

Hay algunos modelos similares, aunque ninguno tan amplio y exitoso como el nipón. El primero surgió cerca del original: en 1962, Corea del Sur adaptó la idea y creó el sistema de Propiedad Cultural Intangible. Los ‘portadores’ son expertos en pansori (canto narrativo), fabricación de papel hanji o de loza onggi, entre otras tradiciones del país.

Mucho más cerca, Francia lanzó en 1994 ‘Maîtres d’art-Élèves’, un programa gestionado por el Ministerio de Cultura y centrado en la transmisión de conocimientos que empareja a maestros y aprendices. Entre sus últimos fichajes: un zapatero, una fabricante de flores artificiales, una creadora de mosaicos o un relojero. No se trata de fosilizar oficios: muchos de los participantes renuevan su arte con la tecnología más novedosa, incluyendo, por ejemplo, el diseño en 3D. Pero sí se garantizan la pausa y la atención al detalle.

¿Cuidamos en España a nuestros tesoros humanos, a esos genios capaces de crear cosas buenas y bellas a nuestro estilo? Hay iniciativas loables de ámbito autonómico y municipal, y otras de fundaciones o asociaciones, pero falta una voluntad común de mantener nuestro legado.

Muchas actividades centenarias están en peligro de extinción. La noticia del cierre de la fábrica centenaria de La Cartuja de Sevilla –aunque en este caso no hablemos de artesanía, sino de industria bien hecha– es un síntoma claro. Muchas técnicas artesanales van desapareciendo, y otras quedan se ven reducidas a meros atractivos turísticos, piezas de museo sin capacidad de renovación ni atractivo económico.

Espadas de gomaespuma

Algunas empresas industriales han sabido adaptar algunas de estas tradiciones y las venden con éxito en su catálogo –hay espadrilles que se pagan a precio de John Lobb–, pero no pasan de ejemplos aislados. Mientras, el mapa de nuestro país se llena de ferias con barniz artesano en las que se venden espadas de gomaespuma, saquitos térmicos o velas aromáticas con olor a coco. Tenemos un serio déficit de autenticidad y de arraigo.

Lanzo la idea a nuestros legisladores: estamos a tiempo de proteger lo que nos define. Creemos nuestro propio programa de tesoros nacionales humanos. Busquemos a los mejores. Cuchilleros, cesteros, alfareros. Orfebres, imagineros, sopladores de vidrio. Luthiers de guitarra española o artesanos gaiteros. Alpargateros, tejedores de mantas o capistas. Queseros, turroneros o sidreros. Maestros del txistu, del rabel o del timple.

Tienen que ser pocos, eso sí, porque de lo contrario se perdería el sano carácter elitista, en el mejor sentido, de la iniciativa. Merecen que conozcamos sus nombres propios, ¿no creen? Otra clave: deben tener aprendices jóvenes para asegurar el relevo generacional. Hay que evitar, además, reducir la iniciativa a lo pintoresco, garantizando su integración en la estructura productiva, aunque sea a escala pequeña (aquí somos muy de E. F. Shumacher).

Para evitar líos, que a nuestros tesoros los elija un grupo de sabios sin mancha política, pero bajo el paraguas institucional del Ministerio de Cultura. Y el programa debe ser nacional, y quizás eso, en nuestro caso, sea lo más difícil: se trata de reconocer la excelencia extraordinaria, la que supera el ámbito de un municipio y una región y puede representarnos fuera.

No sobra tiempo: algunos de esos maestros se están muriendo sin dejar discípulos. ¿Seremos capaces de ponernos de acuerdo en esto?

Mario Crespo Ballesteros (León, 1987) es un diplomático español de carrera. Ha estado destinado en Bolivia, Venezuela y Panamá. Escribe sobre libros, cine e ideas en varios medios digitales.