La opinión de

Edmundo Moure

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Estatuas

La primera estatua que surge en mi memoria es la del Príncipe Feliz, que deja de serlo cuando su amada golondrina perece congelada bajo los labios de aquel noble de metal y de corazón humano, sensible a las espinas y requiebros del amor, sobre todo del prohibido, el que padeciera en triste y dolorosa abundancia el autor de aquella historia, Oscar Wilde.

Raíz y canto

Raíz e canto, Lugares e Presenzas es el título de un bello libro de crónicas viajeras –siempre y cuando entendamos por viaje el periplo reflexivo de un espíritu sobre seres, paisajes y cosas,...

Declaración de principios futboleros

Desde temprano fuimos aficionados al fútbol. Seis hermanos varones, pudimos conformar un equipo de baby o de futbolito. (Nuestras dos queridas hermanas se abstuvieron de patear una pelota; tanto mejor para ellas y su feminidad).

Guafo, Wafún, los colmillos del capital

La puesta en venta de territorio insular, al sur de la Isla Grande de Chiloé –espacio sagrado, según el pueblo Huilliche–, se ha vuelto una mercancía más para acaudalados empresarios chilenos, auténticos poseedores de esta entelequia vocinglera y colorida que llamamos Patria, con mayúscula, atribuyéndole adjetivaciones hiperbólicas, tales como: inmarcesible, eterna, invicta, inviolable; cuerpo geográfico y telúrico por el cual los uniformados, y veces los civiles, juran “rendir la vida si fuese necesario”. Conceptos cuyo sentido profundo, si lo tienen o si alguna vez lo han tenido, la filosofía primaria de nuestro capitalismo salvaje se encarga, sin tapujos, de desvirtuarlo.

La difícil fraternidad

Cuando Jesús, después llamado Cristo, conminó a sus discípulos a ese extraño acto de volición cordial que consiste en “amar al prójimo como a sí mismo”, dejó en evidencia su completo desconocimiento del mundo de los escritores y escritoras. Pues, si hubiese frecuentado sus asociaciones gremiales, cenáculos y camarillas, se habría percatado de que esa exhortación estaba fuera de toda posibilidad de concretarse.

 

En busca del lector

En el proceso creativo de la literatura suponemos la existencia de dos entes fundamentales: el escritor y el lector, aun cuando haya creadores –sobre todo, poetas– que pretendan escribir para sí mismos, prescindiendo de esa “audiencia visual” necesaria para dar a conocer el fruto de sus palabras.

Medio siglo en la memoria: El fuego que aguarda en la ceniza

Mi generación nació en los albores de la II Guerra Mundial. Somos hijos de muchas hogueras y de terribles holocaustos. No obstante, aprendimos muy temprano, por boca memoriosa de los ancestros de la Galicia remota, que el espacio sagrado en donde se guarda el fuego se llama hogar, o lareira... Cuando había que conservarlo, como el mayor de los tesoros surgido de las tinieblas, las benefactoras brasas se cautelaban durante todo el año. El último día de aquel ciclo, a medianoche, se las dejaba extinguir y las cenizas eran arrojadas sobre el campo, en señal unívoca de muerte y resurrección. Y se volvía a encender la nueva lumbre, con la promesa de doce meses venturosos. Si, por alguna razón, se apagaba antes de tiempo, la desgracia caía sobre la casa-hogar, en la forma mustia de la ceniza, metáfora ancestral de la desdicha humana que conlleva toda aniquilación.

Pero el fuego ardía también en nosotros. Temprano escuchamos al poeta Kazantzakis diciéndonos: “No es el hombre lo que me maravilla, sino el fuego que devora al hombre”. Queríamos aprehender esas llamas y atesorarlas en el arca del corazón. Las brisas que las avivaban eran las ideas. Había que cambiar el mundo con ellas, y éramos los elegidos para esa tarea, por convicción íntima, nacida de la voluntad de entregarnos a la incipiente lucha revolucionaria. Desde un modesto barrio, al sur de Santiago de Chile, comuna de La Cisterna, en las calles de una república joven que entendíamos como ‘ejemplar democracia’, según se nos enseñaba en la clase de Historia y Educación Cívica, íbamos a derribar los odiosos poderes de la plutocracia. Era posible. Bastaba con que nos uniéramos, conjurados bajo la luz de generosos ideales, hermanos en la común batalla liberadora.

 

Teníamos dieciocho años en el despertar de 1959. Por la radio nos enteramos, a eso del mediodía, de la victoria de Fidel, Camilo y el Che, del desplome del tirano Batista y de su vergonzosa y consiguiente huida a Miami, donde el Gobierno del Imperio de las Estrellas le recibía como huésped dilecto, al igual que lo hiciera con otros sátrapas de nuestras repúblicas bananeras del Caribe; también con tiranos engendrados en países de más al sur, entre quienes nos jurábamos demócratas, herederos de Miranda, Lastarria, Bilbao, Martí, Rodó e Ingenieros… 

Celebramos el histórico triunfo cubano, con familiares y amigos del barrio, dentro de nuestras coléricas cofradías. Íbamos a cambiar la Historia, codo a codo con aquellos sucios barbudos de la sierra y de la selva. Nada ni nadie podría detener el proceso de transformación inminente. Las añosas estructuras no podrían eludir su derrumbe.

El fuego incubaba entre nosotros su tiempo y su ira.

Éramos jóvenes llenos de ideales. Nos apasionaba la política, porque veíamos en ella, más que simple estrategia de lucha por el poder, medio posible de crear un mundo mejor. El socialismo marxista, la social democracia europea y el social-cristianismo de Maritain eran vías abiertas, caminos para encauzar las diversas corrientes de pensamiento filosófico, en detrimento del credo ramplón del libre mercado, regulador ‘natural’ de la vida humana, que representaba el viejo capitalismo de cuatro siglos, opresor e injusto, sustentador –sobre todo en nuestro continente– de las peores tiranías, culpable de crímenes de lesa humanidad, del genocidio de los pueblos originarios y del hambre de millones de seres.

La noche del domingo 4 de septiembre de 1970, arribamos a Casa, con algunos compañeros de militancia, cargados de banderas, celebrando a gritos la victoria en las urnas de Salvador Allende. Mi padre gallego, emigrante, hijo apasionado de la República Española, estaba frente a la verja, los brazos sobre el tórax y una mirada que encendía de preocupación sus ojos azules.

-“¡Ganamos!”– grité, palmoteándole… -“Aún no hemos ganado nada- retrucó, porque desde este momento las fuerzas reaccionarias se confabularán para impedir que Allende gobierne. Se avecinan días terribles”- Cerró la puerta. A través de la ventana observé su silueta. Había abierto un libro. Quizá buscaba también una respuesta que no fuera la tragedia de otro pueblo avasallado por sus opresores.

Pensé que él estaba equivocado, que en Chile no ocurriría lo de España. Mil días más tarde, Allende se despidió para siempre de las grandes alamedas y pereció, en medio del humo y la metralla, en la feroz asonada militar del 11 de septiembre de 1973 contra la República, simbolizada en su Casa de La Moneda, habitación de los presidentes democráticos de Chile, bombardeada sin piedad por criminales facciosos. Una vez más, la artera ceniza parecía ahogar todo ardor propiciatorio.

Pese a todo, continuamos acariciando los sueños del fuego liberador; los alentamos durante un cuarto de siglo, hasta que los sentimos desplomarse, bajo el peso de nuestros propios errores y de la garra ávida del enemigo, con la caída del socialismo de estado, y con otras decepciones íntimas en la pequeña patria. Antes, habíamos presenciado la muerte del Che –abandonado por sus antiguos camaradas–, y la desaparición de otros combatientes heroicos, en medio de la utopía del fusil justiciero y de la redención campesina.

Fidel envejeció, como los patriarcas otoñales de palacio que recrea el realismo mágico, sofocado en los estertores de su propio anhelo mesiánico. Cuba sobrevive, bajo un bloqueo de más de medio siglo, que ningún otro país nuestro hubiera podido resistir, pero es un pobre consuelo ante el esfuerzo contumaz de su pueblo digno y solidario. Hoy se espera también su definitivo derrumbe, para que el Imperio entre a saco en la isla y reponga los alegres y lujosos casinos de los 50’.

Concebir un sistema social más justo y equitativo, que no se mueva según las leyes de la oferta y la demanda, que desestime la codicia como regla de oro para los móviles humanos, que condene y proscriba la avaricia, anatematizada por todas las grandes religiones, parece en nuestros días una intención utópica, fuera de la realidad, propósito tan descabellado e incierto como preconizar revoluciones armadas. Se colegiría, entonces, que el ser humano no puede ser mejor de lo que es y que los ilusos que porfíen lo contrario deben ser apartados del fluir imparable del progreso tecnológico, nueva panacea vertiginosa que sólo permite medrar a los más astutos.

Puede que nos hayamos vuelto extemporáneos, porque cada cultura tiene sus propios dioses y cada generación sus códigos para entender el mundo, y los nuestros fueron ya borrados de los altares y proscritos de los libros de texto.

¿Qué nos queda hoy? La respuesta rotunda y totalitaria de la globalización real y virtual: la productividad a todo trance del capitalismo salvaje, hecha filosofía planetaria de vida circense y de muerte ecológica del planeta. Un solo guía, un solo sistema.

El principal móvil humano parece ser la ambición devenida en avaricia, el deseo sin pausa de poseer, que la subcultura de hoy exacerba a través de los medios de información, dominados de manera casi incontrarrestable por las grandes corporaciones, adversarios sin rostro ni nacionalidad, como el señor del castillo de Kafka, amo anónimo de individuos numerados que le sirven y veneran.

Quizá por eso, a cincuenta años de la tragedia que se abatió sobre la patria, organizada y ejecutada por quienes se mimetizan hoy bajo nuevos disfraces de hipocresía, toda esta farándula electorera nos resulte vacua, sin sentido, salvo para los prevaricadores del poder, cuyo discurso se hace único y homogéneo, como si se cumpliera el verso-arenga de Nicanor Parra: “La Izquierda y la Derecha unidas, jamás serán vencidas”.

No obstante, vivimos las postrimerías de una crisis del modelo neoliberal y los albores de una nueva esperanza, a partir del próximo Plebiscito del 25 de octubre, donde decidiremos el anhelado cambio de Constitución, desechando la carta magna impuesta por la dictadura militar-empresarial, para dar paso a un ordenamiento jurídico democrático y equitativo.

Entretanto, la literatura y otras artes han seguido y seguirán siendo cálido refugio para muchos de nosotros –lo fueron ya en tantas derrotas y fracasos–, uno de los escasos reinos que pueden cobijar aún a la inmensa minoría de desterrados a la que pertenecemos, tú y yo, nunca rendidos, fieles al fuego, a la sangre y a la memoria, cobijados en esta Casa reconstruida sobre ‘la triste ceniza que yace y duerme en el olvido’.

 

Medio siglo transcurrido desde aquella proeza de la voluntad popular, simbolizada en un nombre que vuelve a convocarnos desde el balcón ciudadano para que seamos capaces de unirnos en una sola voluntad: Salvador Allende, compañero, ¡presente!

 

 

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Edmundo Moure

4 de septiembre de 2020

Medio siglo de la elección de Salvador Allende

 

 

Pedro Humire, poeta y músico aymara (1935 -2020)

Una breve nota del poeta mapuche, candidato al Premio Nacional de Literatura, Jaime Luis Huenún, a propósito de la partida hacia los horizontes azules del músico y poeta Pedro Humire, con quien tuve el privilegio de compartir, en los 80’, el vino, la amistad, la música y la poesía en el Refugio López Velarde, de la Casa del Escritor. Le recuerda, Huenún, de la mejor manera posible, con un entrañable poema:

Las patrañas de la historia

Me llama la atención que muchos españoles se manifiesten a través de las redes sociales agradeciendo a Juan Carlos I de Borbón por ‘los favores recibidos’, atribuyéndole, después de un menos que somero análisis histórico, haber ‘devuelto la democracia a España’, bueno, devolver sería un exceso semántico, pues España ha sido, a lo largo de su extensa historia, uno de los países menos democráticos de Europa y del mundo adelante. Junto a Portugal, recibió del papado más de la mitad de los territorios del ‘Nuevo Mundo’, a inicios del siglo XVI, con una simple raya trazada por mano de un obispo aventajado.

La enajenación lingüística de las lenguas minoritarias

Tras la lectura del notable ensayo ‘La Lengua Materna como forma de locura’, de Rosana Cassigoli, recién publicado en Alpha, Revista de Artes, Letras y Filosofía de la Universidad de Los Lagos, Chile, vuelvo a reflexionar sobre ciertas particularidades y fenómenos del deterioro de lenguas minoritarias que tienen el carácter de maternas.

El niño aventurero de Quemchi

“La voz de mi madre y el rumor del mar arrullaron mi infancia”

Francisco Coloane Cárdenas (19 de julio 1910 – 5 de agosto 2002). El más grande y prolífico narrador de aventuras y viajes de la literatura chilena; el novelista chileno más conocido y editado en Europa. Pertenece a la generación literaria de 1938, galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1964. Algunos de sus relatos han sido llevados al cine: ‘Tierra del Fuego’, ‘La Tierra del Fuego se apaga’, ‘Si mis campos hablaran’.

Juan Marsé, solo por la muerte has caído

El sábado 18 de julio –símbolo trágico– falleció el autor de  Si te dicen que caí  y de  Últimas tardes con Teresa , novela de la cual hablaba con emoción Roberto Bolaño, y que...

Aguda pandemia creativa

Uno de los efectos pandémicos de mayor envergadura es el considerable aumento creativo de artistas de casi todos los ámbitos del quehacer estético. Producto de la forzosa y larguísima cuarentena...

Pablo Neruda y su amor por la lengua

(En su centésimo décimo sexto natalicio) Para nacer he nacido… De esto que recuerdo hace ya diecinueve años. Fue en octubre de 1996. Se cumplía, según sesudos académicos de la hispanidad,...

Efraín Barquero: Adiós al poeta de la tierra

Por distintos caminos y en diversos lugares he buscado al poeta de los lares, a Efraín Barquero, nuestro cantor campesino de Chile, hijo de la tierra y del pan temprano de Piedra Blanca.

Sombrero en mano, mirando al suelo

Quizá sea el nuestro el país en donde más se practica el eufemismo, ese prurito de ponerle a todo diminutivo, como si el lenguaje fuese en sí mismo una afrenta. Así ocurre cuando se alza la voz por encima del murmullo o sordina del habla en lugares públicos; o si se escribe una petición; ni hablar de un reclamo o denuncia...

El Hálito de la Casa

En 1983 regalé mi libro La Voz de la Casa –novela fragmentaria, según el maestro Filebo; texto memorialista, según Hernán Ortega– al poeta Jorge Teillier, en el casino o refugio etílico “López Velarde”, de la Sociedad de Escritores de Chile… Refugio es más apropiado, porque allí nos protegíamos de las ignominias de la calle –que eran muchas– durante aquella “larga noche de piedra” de los 80’, cuando ser poeta era casi tan peligroso como pasar por terrorista.

Palabras para conjurar la peste

En el grato espacio del refugio López Velarde, Casa del Escritor, rendimos homenaje a Federico García Lorca y a su duende poético, sobre la base de aquella notable conferencia que pronunciara en Buenos Aires, en el año 1933, acompañado de poetas, escritores e intelectuales de una generación privilegiada. Allí estuvieron entonces Rafael Aberti, Silvina y Victoria Ocampo, Delia del Carril, Pablo Neruda y Raúl González Tuñón, entre otras figuras de Iberoamérica y de España. ‘Juego y Teoría del Duende’ fue también presentada por el poeta granadino, ese mismo año, en La Habana.