Opinión

Puerto Rico

Puerto Rico es uno de los pocos países colonizados cuyos habitantes, en su gran mayoría, prefieren seguir siendo una colonia a un país libre. Visto así, tiene poca lógica, aunque no hay nada humano que no pueda justificarse.

Ser colonia de Estados Unidos de América debería ser estupendo. No hay casi inflación porque el país, la colonia llamada Puerto Rico, no emite pesos inflacionarios. Los puertorriqueños pueden emigrar a New York sin visado, vivir de ayudas sociales, de cantar y bailar como Marc Anthony o Chayanne; de darle a la salsa brava como Willie Colón o Héctor Lavoe. Los dólares que sobran se pueden mandar para la familia en Puerto Rico, para que compren televisores de pantalla plana 4K, celebren los quince años de la muchacha y ahorren plata para poder emigrar a New York y alimentar ese terrorífico círculo de emigración.

No todos los puertorriqueños son así, no todos quieren ser colonia y vivir en New York. Este año fue liberado el líder independentista puertorriqueño Óscar López Rivera, el preso político más antiguo de Estados Unidos de América, tras cumplir 36 años de los 50 a los que fue condenado.

Aunque parezca extraño, el Estado español es uno de los pocos Estados, junto a la totalidad de los iberoamericanos, que apoya la independencia de Puerto Rico en foros públicos, aunque en forma de “hilillos de plastilina”, es decir, sin que se oiga mucho.  

El reciente huracán ‘Irma’ trajo la desolación a esta maravillosa isla. La quebró por segunda vez en un corto espacio de tiempo. Puerto Rico sacó poca tajada del hecho de ser una colonia del país más rico del mundo. Con una tasa de pobreza del 45 por ciento, el gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló Nevares, anunció que la isla se declaró en quiebra con el fin de reestructurar su multimillonaria deuda de más de 70.000 millones de dólares.

Su vecina Cuba, liberada del yugo español con Puerto Rico en 1898, se cansó antes de ser un Estado títere y pobre. Ahora los cubanos son libres y los puertorriqueños tienen a Ricky Martin y una deuda que no los deja bailar ni cantar.