Opinión

Protestar

Tras la victoria de Donald Trump, algunas ciudades de Estados Unidos, New York, Oakland, etc., se llenaron de protestas y marchas ante lo que ellos consideran un “presidente impresentable”. Muchos más votantes que aquellos que salieron a la calle, en sus casas, en sus trabajos, o desempleados en un parque consideraron que Donald John Trump era un presidente mucho más “presentable” que la “impresentable” Hillary Rodham Clinton.
El BOE (Boletín Oficial del Estado o Gaceta Oficial) de los ‘modernos’ estadounidenses, ‘The New York Times’, aseguraba que con una probabilidad del 75 por ciento, que Hillary Rodham Clinton, sería la próxima presidenta de Estados Unidos de América. Desconozco de dónde sacaron esa cuenta, la realidad la hizo aire. Donald J. Trump ganó por un amplio margen y no por los pelos. A él también lo votaron latinos, negros, gais, lesbianas y muchas más mujeres que a Clinton. Desconozco si las protestas son un ‘derecho al pataleo’ o una incomodidad ante la realidad, que como una tarta en la cara, nos indica que no estamos solos en el mundo, que podemos ser muy guapos, cultos y educados en las formas, pero vivir en democracia significa aceptar que otros, a los que consideramos porque nos da la gana, menos guapos, menos cultos y menos educados también deciden, y la mayor parte de las veces, abrumadoramente y mayoritariamente, lo contrario de lo que nosotros decidiríamos.
Si hay algo que debe parecernos normal es vivir en Estados cuyos gobernantes no representan nuestros deseos políticos, culturales o económicos. Lo asumo así desde Galicia, desde el Estado español y desde la Unión Europea (UE) y pienso que aquello que me parece una opción política aberrante (en esos tres ámbitos que me atañen) les parece estupenda, proporcionalmente, a 1.000 que no son como yo y abrumadoramente ganan opciones políticas tanto en Galicia, como en el Estado español como en la Unión Europea, en las antípodas de lo que considera una opción políticamente válida.
Los estadounidenses que salen a la calle no saben que no protestan contra Donald John Trump, sino contra los votantes que mayoritariamente les recuerdan que ni son guapos, ni son tan cultos ni son tan educados como ese 75 por ciento de probabilidad ‘estupenda’ que iba a dar la victoria a Hillary R. Clinton (de la que nos salvamos gracias a Trump).