Opinión

El póker de Putin

La audaz e inesperada iniciativa del presidente ruso Vladimir Putin de intervenir militarmente en Siria para apoyar al régimen de Bashar al Asad, particularmente contra la amenaza de desintegración estatal y territorial plasmada en la consolidación del Estado Islámico y por la persistencia de un atomizado conglomerado de actores y milicias existentes dentro del complicado rompecabezas sectario y confesional sirio, sólo tiene una explicación de carácter geopolítico. 
Esta explicación está más bien dirigida como un evidente pulso hacia Occidente en la pretensión de confeccionar un sistema global propio de la post-postguerra fría que se ha inaugurado tras el conflicto de Ucrania entre 2013-2014 y la posterior anexión rusa de la península de Crimea. 
Como ocurriera en Crimea, Putin se adelantó a cualquier tipo de iniciativa internacional enviado expertos militares a Damasco para auxiliar al atribulado régimen de al Asad. A sabiendas de que Damasco también tiene el apoyo de Irán, con notable presencia en Siria, principalmente dentro de la comunidad chiíta, y de China, contrapeso estratégico junto a Rusia ante cualquier condena global vía Consejo de Seguridad de la ONU, el régimen sirio ha ganado posiciones al Estado Islámico y algo más importante: aminorar vía Moscú la presión internacional, con EEUU y Europa a la cabeza.
Se pueden enumerar varias razones geopolíticas de la audaz movida de tablero de Putin que cambia las reglas del juego geopolítico no sólo en Siria sino en Oriente Medio. Pero más que una partida de ajedrez, el presidente ruso parece jugar una de póker, donde los riesgos, la incertidumbre y la suerte suelen ser más determinantes que el fino cálculo estratégico.
Por ahora, Putin ha ganado una importante partida: moderadamente legitimar su iniciativa vía ONU, a través de su defensa de la integridad estatal siria tras la reciente Asamblea General, y persuadir a Washington de contar con Moscú en algún tipo de resolución del dramático avispero sirio, que desangra al país desde 2011 y que ha provocado la peor crisis de refugiados hacia Europa tras la II Guerra Mundial.
Precisamente, la crisis de refugiados sirios podría haber igualmente persuadido a Putin a tomar acción directa en la guerra siria. En este sentido, las consecuencias de la masiva llegada de refugiados ha provocado algunos efectos colaterales en clave geopolítica, como un reacercamiento de la Unión Europea y la OTAN hacia Turquía, país que soporta la mayor cantidad de refugiados sirios (más de dos millones desde 2011), inmersa actualmente en una preocupante espiral de posible inestabilidad política, ahora ampliada por el peor atentado terrorista sufrido por este país, el ocurrido en Ankara la semana pasada, con casi 100 civiles muertos.
Lo único cierto es que Putin ha clavado una lanza importante en Siria como anteriormente lo hiciera en Crimea y el Este ucraniano, precisamente un teatro bélico ya prácticamente enfriado y que ha llevado a una continuidad diplomática, tal y como se vio a comienzos de octubre durante la reunión del grupo de contacto sobre la crisis ucraniana en Viena. Puede que a Siria le espera lo mismo, a tenor de los recientes acuerdos entre Moscú y Washington para abrir un espacio aéreo de ataque contra posiciones del Estado Islámico. 
Pero tampoco es innegable que, desde la perspectiva geopolítica, Putin ha transitado por un riesgoso sendero en Siria. La posibilidad de reactivación del terrorismo yihadista vía Estado Islámico y eventuales células en el Cáucaso y Sur de Rusia podría afectar los intereses rusos. También está por ver si la diletante reproducción del clima de guerra fría que actualmente se vive entre Rusia y Occidente pueda tener una reproducción o no en el escenario sirio. Preguntas e incertidumbres que se acrecientan tras la indudable audacia de Putin en Siria.