Opinión

El péndulo ucraniano

Europa terminó el 2013 con una inesperada crisis política en Ucrania. Y comenzó el 2014 con la indefinición de una crisis en un país periférico que, curiosamente, es estratégico para su geopolítica.
El detonante de la crisis fue el rechazo del presidente ucraniano Viktor Yanukovich a negociar un tratado de asociación con la Unión Europea (UE). El rosario de concentraciones, protestas y vigilias en Kiev y otras ciudades, incluidas violentas confrontaciones con los servicios de seguridad y tomas de edificios públicos por parte de manifestantes anti-Yanukovich (identificados hasta la saciedad por los medios internacionales como “proeuropeos”) recordó los tensos momentos vividos por Ucrania en 2004, con la famosa ‘revolución naranja’ prooccidental, que terminó en sonado fracaso.
Los mass media internacionales repitieron incesantemente que en Ucrania se definía un pulso geopolítico entre Occidente y Rusia. Si bien este diagnóstico es cierto a rasgos generales, existen otros factores. Los manifestantes anti-Yanukovich no son exactamente proeuropeos y prooccidentales. El peso de sectores nacionalistas de ultraderecha, con reminiscencias incluso protofascistas, define una nueva variable, no exactamente proeuropea pero sí antirrusa. Incluso, países vecinos de Ucrania, como Hungría, Eslovaquia y Rumania, ya han mostrado su preocupación por este auge del nacionalismo extremista ucraniano, especialmente sensible por las reclamaciones territoriales históricas que existen en Europa oriental y la presencia de comunidades nacionales y lingüísticas inseridas en diversos países.
Dentro de la heterogénea y confusa plataforma de opositores destaca el desgaste de los líderes de la ‘revolución naranja’, muy probablemente desacreditados y deslegitimados por varios sectores, y cuya visible líder, Iulia Timoshenko, se encuentra en prisión domiciliaria por presunto “abuso de poder”.
El visible líder de esta “nueva oposición” es un ex campeón mundial de boxeo, Vitali Klitschko, a todas luces apoyado desde Occidente, principalmente Alemania. Su presencia en la reciente conferencia de la OSCE en Múnich da a entender que desde Berlín, el auténtico centro del poder europeo, lo quieren aupar como futuro presidente ucraniano.
Este escenario puede definir un pulso (y quién sabe si un eventual y futuro reacomodo) entre los intereses alemanes y rusos en Ucrania, lo cual puede identificar una nueva geopolítica, donde el factor energético es clave. Y en ello, la UE queda absolutamente supeditada a esta nuevo eje de intereses y fricciones entre Berlín y Moscú.
Paralelamente, Yanúkovich no sólo se ha afincado con Rusia sino con China, con quien ató importantes acuerdos económicos en diciembre pasado, en medio de la crisis política en su país. El alejamiento de Ucrania de la UE y su presumible aproximación a la Unión Euroasiática prevista por el presidente ruso Vladimir Putin para 2015 no sólo supone una nueva ecuación geopolítica: Yanukovich ya solicitó a China el ingreso ucraniano en la Conferencia de Shanghai.
Por tanto, el péndulo ucraniano sí define un pulso entre Occidente, Rusia y hasta China, actor indirecto e inesperado de este tablero de ajedrez geopolítico que supone el espacio eurasiático. No sabemos en qué terminará la crisis ucraniana pero el contexto actual revela las complejidades de un país polarizado, históricamente dividido, y estratégicamente ubicado para el pulso de las grandes potencias.