Opinión

Ciclo confuso

El actual ciclo electoral que vive Europa da a entender, irónicamente, un silencioso cambio de ciclo político. Un ejemplo fueron las recientes elecciones presidenciales austríacas, donde un candidato de izquierdas apoyado por los ecologistas ganó por la mínima a una ultraderecha afianzada en el Partido de la Libertad (FPÖ) a quien las encuestas daban como ganador.

Europa asiste al final de ciclo político dominado por el establishment bipartidista entre socialdemócratas y conservadores que ha dominado la política europea y comunitaria en la posguerra. La crisis socioeconómica y ahora el drama humanitario de los refugiados han acelerado un proceso progresivo y lento.

En el caso de las elecciones austríacas, el nuevo presidente, Alexander Van Der Bellen, de 72 años, es un hijo de refugiados del estalinismo soviético que, políticamente, no pertenece a ninguno de los partidos tradicionales que han dominado la política austríaca en la posguerra: los socialdemócratas del SPÖ y los conservadores del VPÖ. Como tampoco su rival electoral del FPÖ, Heinz-Christian Sträche (45 años), líder de una ultraderecha que seguramente dará fuerte batalla en la próxima legislatura.

Este cambio de ciclo anuncia un mapa político confuso para Europa. A las puertas del referendo británico de permanencia en la UE (23 de junio) y de la inédita repetición de las elecciones generales españolas (26 de junio), el péndulo político ya no lo mueven los tradicionales bastiones del establishment. La aparición de nuevas fuerzas, algunas de ellas preocupantemente extremistas, define igualmente la pretensión ciudadana de dar curso a un cambio de página cuyas consecuencias son sumamente impredecibles.

Atomizada políticamente, Europa se encomienda al ‘neoatlantismo’ con Washington, con claras implicaciones hacia Rusia e indirectamente hacia China. En el trasfondo, escaso peso de la política europea a nivel internacional. Ni siquiera en Siria, flecha envenenada del drama humanitario donde los refugiados que huyen del horror llevan la peor parte. Europa prefiere mirar a otro lado, una indiferencia que llena de regocijo al populismo extremista que cava silenciosamente la tumba del moribundo proyecto europeísta de posguerra.