Opinión

Una tarjeta viene de Canaima

Una tarjeta viene de Canaima

Anidamos en la ciudad mediterránea de Valencia en la que rumiamos nuestro destierro venezolano, repasando evocaciones de Venezuela en la revista Élite, publicación de la que he sido director, y al hacerlo, retornamos a las deslumbrantes bellezas naturales en esa tierra de tantas querencias que hemos podido atesorar en unos suplementos tras recorrer su amplia geografía.

Canaima fue uno de esos eslabones en la que uno termina creyendo que un Genio Creador existe, a causa y razón de tanta excelsa progresión de irisaciones de luz, agua y tonalidades. 

Mirando la caída del Salto Ángel (la más alta del mundo), catarata que hace intrigante el paisaje de tepuyes que enseñan las cicatrices que comenzaron a elevarse hace más de 1.500 millones de años, nos recuerda que habría de trascurrir una eternidad hasta que un ser humano pudiera ver ese chorro de agua esplendoroso. 

El Salto no tiene explicación en palabras. El parque hay que verlo, saborear el olor de esa tierra bienaventurada en que los dioses forjaron el reino de lo divino y algunos hombres, como la tribu de los pemones, reverenciaron la catedral de agua y luminiscencia más extraordinaria que mirada humana pudiera observa nunca. 

Canaima es un don de la Naturaleza, una de las bellezas incomparables que ojos asombrados puedan ver jamás, y en esto hay que ser justos: los hombres y mujeres que durante décadas trabajaron el turismo en la zona, han sabido concientizar a los visitantes y han formado una simbiosis con el paisaje, lo cual esperamos que toda labor inconmensurable siga manteniéndose.

El parque nacional, ubicado en el extremo sureste del Escudo Guayanés, fue creado 1962 con una superficie de 3.000.000 hectáreas, lo que le convierte en uno de los mayores del mundo.

Los tepuyes son el símbolo destacado de una vegetación vasta, profunda. Va desde el bosque húmedo, en las bases y laderas, hasta arbustos y herbazales en la cima, con gran diversidad de especies endémicas.

En la sabana y valles predominan las gramíneas y los morichales, destacando los llamados bosques de galería. La fauna es variada, destacando el jaguar, los monos araguatos, el zorro, la nutria gigante y el oso hormiguero; entre las aves, el conocido colibrí, águila arpía, el halcón palomero y la guacamaya enana.

La presencia indígena es conservada por la etnia Pemón repartida en diversas familias: taurepán, kamaracoto y arekuna. Y gracia a ellas, a esa entrega al terruño, unido a tradiciones, ritos místicos y un pasado de afecto, el luminoso Edén llamado Canaima posee a sus guardianes más fieles. 

Aprovecho estas líneas para agradecer a nuestro editor, José Ramón Fernández, por poder plasmar nuestras cuitas a los fieles lectores, principalmente españoles, y por su puesto a nuestro infatigable e insistente director, Richard Barreiro Olmedo, por las prisas que nos mete para cada cierre de edición, que esperamos poder continuar colaborando en 2019, con la ilusión de que todos reciban con excelente salud, dicha y prosperidad el nuevo año. ¡Felices Fiestas!