Opinión

Malaparte, el olvidado

He vuelto a ver la cinta ‘Bajo el sol de Toscana’ y de inmediato nos vino a la memoria el escritor Curzio Malaparte, nacido en Prato, cerca de Florencia, ahora convertido en lejanía y que pocos lo recuerdan.
Entre los escritores de juventud, él marcó nuestro espíritu de una forma que ningún otro lo hizo. Era la época en que uno conocía poco del mundo, nada de la existencia y escasos matices de uno mismo.
Antes de seguir departiendo del autor de ‘La Piel’, y si algún lector sintiera interés sobre esa vida y deseara escarbar en ella, pudiera revisar el libro reciente de Maurizio Serra -aún llamándole “fascista y cínico”– titulado ‘Malaparte. Vidas y leyendas’.
Curzio destrozó la novela convencional convirtiéndola en un reportaje literario, “grandioso y total, sobre la guerra, que vale por todas las novelas bélicas que conocimos, incluidas las de Ernst Hemingway”, comentó en su día Francisco Umbral.
Ahora permanece en el rincón de los olvidados, en el cuarto oscuro de los trastos inservibles, desconocido de una generación –la actual– que ignora sus libros y ni una sola línea solemos ver en esos “papeles literarios” repletos de personajillos de andar por casa en pantuflas y empijamados como ambulantes del silencio sepulcral.
En cualquier instante Curzio Malaparte resucita. Lo hará lo mismo que otro escritor “fascista”, César González Ruano, una pluma fresca, exquisita, a la par de Pío Baroja o Azorín, otros dos grandes relegados, mucho más que la mayoría de los escritores reconocidos del 98 en el mosaico de la lengua hispana.
Se acusa aún hoy al toscano de Prato, cuyo pueblo refleja trágicamente en ‘Madre marchita’, de ser desvergonzado ante la tragedia de Europa en la Segunda Guerra Mundial, al ser sus obras más emblemáticas, ‘Kaputt’ –lucha, combate, hundido, deshecho, roto– y ‘Sodoma y Gomorra’, evocaciones quejumbrosos embetunadas de un cinismo refinado y dulzón: el desprecio por la podrida raza humana.
Falsedad. Invención. Malicia. Tendido. Amargura plena. Él comprendió la permanente desintegración europea desde su propio dolor descuartizado en migajas. Lo decía en ‘Kaputt’. En esas páginas intentaba dar a entender lo que era aquella Europa y por lo mismo cada uno de sus agoreros protagonistas: “Un montón de escombros”.
El libro es espantosamente cruel, quejumbroso y amargo, ¿cínico? Posiblemente. No se debiera olvidar que el cinismo es una manera desagradable y directa de decir la verdad.
Ya lo mencionaba don Ramón del Valle-Inclán cuando aseveraba no cambiar su bautizo cristiano por la sonrisa de un cínico griego. “Yo espero –decía– ser eterno por mis pecados”. 
No los tuvo tan grandes el gallego en su propio ‘Ruedo Ibérico’. Sí consiguió a hurtadillas penetrar en el Olimpo de los dioses, lugar etéreo donde posiblemente será difícil encontrar a Curzio Malaparte, pues el descarnado personaje seguirá caminando él solo, sin el príncipe Eugenio de Suecia ni Agustín de Foxá, por los prados de Prato, en aquella Toscana nativa…. “en la que había sufrido toda clase de soledades, la soledad de la esperanza y del futuro, la inexplicable angustia que deriva del simple vivir”.
Algunas clases de hombres huracanados regresan a la tierra húmeda tras la muerte, y se quedan esperando el comienzo del estruendo de las trompetas de Jericó.