Opinión

Esa energía atómica

La fuerza nuclear no es mala por si misma ¿Se estremecen? No lo hagan. James Lovelock, autor del libro ‘Gaia’ –nombre de la diosa griega que designa nuestro planeta– ha dicho exactitudes sorprendentes después de llevar media vida observando el comportamiento de la Tierra.
“Temer a la energía nuclear es como tener miedo a los eclipses de luna o de sol”.
Él no comparte muchos de los puntos de los ecologistas modernos y por eso habla de que éstos tienen el corazón bien puesto, pero la cabeza mal hecha. 
Se equivocan –según su punto de vista– al atacar los problemas más superficiales del medio ambiente.
“La contaminación –explica– es un fenómeno natural que apenas perturba la armonía universal. En general, no es más que un problema de reciclado. Las rosas florecen mejor en el corazón del contaminado Londres que en mi lugar de trabajo al aire libre, donde son atacadas por hongos e insectos. Nada es más contaminante que un rebaño de vacas; guardando las proporciones, ¡éstas producen más residuos y gases tóxicos que cualquier fábrica!”.
Así de clara es su opinión sobre las campañas contra la energía nuclear y lo hace con demostraciones.
“Los ecologistas consideran que lo atómico es demoníaco. Sin embargo, se trata de una fuerza natural. El Universo no es más que una infinita cadena de explosiones nucleares; cada estrella es un reactor, y en nuestro planeta existen “reactores espontáneos” creados por microorganismos. Estos campos no hacen otra cosa que reproducir, al servicio del hombre, fenómenos que existen en la naturaleza”.
Es posible que Lovelock tenga razón, no lo sé. Mis conocimientos basados en la materia son cortos, aun así, una cosa parece ser cierta ante las consecuencias que estamos viendo: si no se controla esa fuerza, el peligro es permanente. No hace falta decir que lo de Chernóbil, sucedido en abril de 1986, fue un amargo ejemplo, aunque podemos hablar también de las bombas atómicas lanzadas contra Japón en la II Guerra Mundial (Hiroshima y Nagasaki).
A razón de factores combinados provocados en la central rusa, el aumento de enfermedades, especialmente en la sangre, sistema nervioso, órganos digestivos y respiratorios, ha sido una secuela intensa. 
Chernóbil está cerrado en un radio de 50 kilómetros; algunas personas siguen viviendo allí, muy pocas, es cierto, pero no quieren irse. Lo sorprendente es que las aves y los animales de la zona han proliferado y están sanos. 
Las estadísticas indican que, desde la existencia de las centrales nucleares, el único accidente verdaderamente grave ha sido éste de Chernóbil y el causado, a cuenta de un tsunami, en la central japonesa en Fukushima.