Opinión

¿Hacia dónde vamos?

Científicos de la NASA han concluido un trabajo corroborando que hay agua líquida en el planeta Marte y tal vez en ella alguna especie de vida. ¿Imposible? Para nada. En el desierto chileno de Atacama, uno de los lugares más desolados de la Tierra, las salmueras sustentan colonias de microorganismos que prosperan en condiciones casi inverosímiles.
¿Si hay trillones de galaxias en el Universo y cada una de ellas con billones de billones de planetas, es matemáticamente factible que en algunos de ellos germine vida inteligente? ¿Y cómo serán? Nadie lo sabe. Esos alienígenas serán ante nosotros como dioses y nos asustarían tal como lo han podido hacer cuando ayudaron a nuestros antepasados a levantar colosales monumentos en diversos continentes y cuyas construcciones son un arcano.
Cuando las primeras moléculas se fueron organizando y abrieron el caldo espeso de la vida, ya tenía las preguntas básicas de nuestro futuro: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí?
Ahora, en los albores finales de la segunda década del presente siglo XXI, tras doblegar los átomos y subirlos a la carreta de la muerte convertida en la portadora de la energía nuclear, se nos anuncia con timbales agnósticos, que la base del “alma” humana, o al menos nuestra conciencia del yo, es meramente el producto de una escueta reacción bioquímica dentro del cerebro. 
Algunos neurocientíficos apuntan que, de confirmarse los experimentos, esa teoría representaría el más grande triunfo de la ciencia sobre la religión, y las estructuras de la fe, tal como están apuntaladas, se disiparían a la manera del polen llevado por el aire.
En el pensamiento Pentecostés del medioevo, el alma era, en claro concepto de la verdad, la tradición venida de la misma filosofía grecorromana. Ahora hay dudas, y se habla de que en nuestra mente, ese concepto de “alma”, es una simple internación de células nerviosas, proyectadas en la parte posterior del córtex cerebral. 
¿Para qué sirve entonces ese Dios? Para resistir, se nos dice, lo que es inhumano e indigno del hombre. Si así es en verdad, nos planteaba el teólogo y jesuita, Joseph Moingt, “¿no será que aún no se escriben las más bellas páginas de la historia de Dios?”.
Si fuera cierta la teoría de que el “espíritu” es una simple reacción química, nos llevará al yermo más espeluznante, y ese día la raza humana no estará sola, sino desolada, y el “homo erectus”, convertido en el “homo sapiens”, comenzará el momento crucial de su inflexión.
Uno cree, a estas alturas de la empinada existencia, con la misma fe del cenobita solitario, que el alma es el espejo del Universo.