Opinión

La alegría de volar

Hubo hace años una campaña institucional para contener el consumo energético que decía algo así como “Usted puede pagarlo, España no”.
Hubo hace años una campaña institucional para contener el consumo energético que decía algo así como “Usted puede pagarlo, España no”. Con la cultura individualista e insolidaria que promueve el poder, hoy ninguna Administración impulsaría un gesto similar de conciencia colectiva (los publicistas apelarían al compromiso individual) a pesar de que hay más pobres (y menos pobreza media) que nunca, más escasez de recursos energéticos y más crímenes en terceros países provocados por Occidente para mantener su consumo energético. El aterrizaje forzoso de Spanair es un ejemplo del modelo económico de falsa crisis: es el dinero público y sus subvenciones el que patrocina los grandes pelotazos privados, aunque nos digan lo contrario. Las compañías reciben millones de dinero público de distintas administraciones –no tienen pelotas para seguir su propio discurso neoliberal– porque nos hemos olvidado de que volar es un lujo personal y ecológico. Eso lo saben los inmigrantes en España, que tardan dos años en ahorrar para pagar un vuelo con el que cruzar el charco y visitar a la familia, mientras un español con pinta de hippy se mete 40.000 kilómetros al año en avión para dar discursos sobre el cuidado de los bosques financiado por una ong financiada por el Estado. Y no le representa ningún reparo moral, no tiene conciencia de lujo. Volar es carísimo y numerosas ciudades españolas siguen gastando su escaso presupuesto a financiar que los chavales vayan a pasar un fin de semana a Londres en lugar de reinvertirlo en crear riqueza en su entorno. No aprendemos nada.