Opinión

A galopar, diputados

En España se repiten las voces alarmadas que, ante el avance de la crisis, auguran una hipotética revolución de los más desfavorecidos: los desfavorecidos físicamente al ver su creciente pobreza y los desfavorecidos éticamente al verse desbordados en sus vidas y oficios por trepas, pícaros y chorizos diversos. De Franco se dijo, a su muerte, que el tirano “dejó todo atado y bien atado” y, en efecto, los grandes poderes de la época siguieron al mando del Estado sin ceder ni un paso atrás en la llamada Transición. En la España de hoy, el modelo de desigualdades y desvío del dinero y el esfuerzo público hacia empresas privadas está todavía más ‘atado y bien atado’ que hace cuarenta años. Los medios de comunicación están tan bien adiestrados que la gente ya no sabe quién es su enemigo, cuál es su verdadero problema, y se lían a tortas unos desfavorecidos contra otros para que nada cambie. Los sucesivos gobiernos de España, desde 2007, han promulgado leyes que provocaron que el paro de larga duración se multiplique por nueve (por 9). Un 37 por ciento de los parados lleva más de dos años en esta tenebrosa situación, sin contar los autónomos malnutridos y los españoles que han tenido que abandonar el país, algunos de ellos los más talentosos que teníamos. Sin embargo, la noticia que agita las tabernas y las reflexiones de los infames tertulianos de la Corte es una imagen televisiva que captó a los diputados echando a galopar por el Parlamento al término de una votación para empezar cuanto antes el último puente vacacional. Como niños a la salida del cole, como muertos de hambre, sólo unos frívolos. Para una vez que estos tipos tienen un rasgo de humanidad, para una vez que no controlan sus impulsos morales como hacen ante el poder financiero que les dirige cada día su voto, hacemos un linchamiento caprichoso y desproporcionado y nos olvidamos de su peor y cotidiano crimen.

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