Opinión

La conciliación vasca

Produce verdadera angustia el poder de los medios de comunicación porque su capacidad para crear opiniones interesadas –y que no interesan a la gran mayoría– llega a dejar en entredicho la democracia. Nada comparable a los medios –ni intervenciones desde el Estado, ni de partidos políticos sin brazo mediático, ni organización sindical o social alguna– tiene tanta fuerza para crear corrientes de opinión o para inclinar el voto en unas elecciones. La capacidad de la gente, con una desidia pasmosa, para crear soberanía de opinión desde la calle es prácticamente nula. Durante décadas los periódicos se han alimentado del conflicto vasco hasta convencernos durante años y años de que no había problema peor en el Estado español. Miles de personas decían tener miedo a ir de vacaciones a Euskadi, convencidos de que corrían peligro de ser tiroteados o de caer en una suerte de trinchera de violencia. Durante el ‘boom’ inmobiliario, en España murió cada día –sí, cada día– un trabajador de la construcción al caer del andamio y esto no le preocupó a nadie, pues media España especulaba contra la otra mitad. El facineroso Aznar, con la complicidad del PSOE, llevó la locura del nacionalismo español al extremo de que todo lo que se alejaba del españolismo radical era “proetarra”. Muy al margen de los medios, y muy a su pesar del nacionalismo español más radical, las partes más implicadas en el conflicto vascoespañol (hay asesinos y víctimas en los dos lados) llevan un tiempo realizando encuentros de conciliación, del mismo modo que se hace en todos los conflictos de este tipo en todo el mundo, aunque en España no se entienda ni se aplique, por ejemplo, con las víctimas del franquismo, absolutamente desamparadas y despreciadas por todos los sucesivos gobiernos posteriores a la dictadura. La pasada semana se produjo el primero de esos actos de conciliación en Madrid, con la participación de ex terroristas de ETA, víctimas del terrorismo de ETA y víctimas del terrorismo del Gobierno español (víctimas del GAL y de torturas policiales). Sólo faltaba, como era de esperar, la representación del ‘ex terrorismo’ de Estado para ayudar a cerrar el sanguinario conflicto. Hay que decir que este encuentro en Madrid, conmovedor a juicio de los asistentes de buena voluntad que acudieron al acto, ha sido posible gracias al trabajo y organización de la portentosa y comprometida parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio de Vallecas, una organización de cristianismo de base de las que todavía se preocupan de los que sufren, un pequeño grano limpio en el podrido granero de la Iglesia Católica española, más pendiente de casar a ricos en catedrales, de proteger a sus pedófilos o de criminalizar a jóvenes embarazadas que de entregarse al prójimo. Esperemos que los periódicos se hayan aburrido de estos temas, dejen de meter cizaña entre pueblos y nos engañen ahora con otro cuento nuevo.