Opinión

Cocina Gallega

Cuando decidí concurrir a la recepción, respondiendo a invitación del embajador de España, con motivo de la Fiesta Nacional, como todos saben celebrada cada 12 de octubre, un allegado me comentó que, por razones ideológicas, él no iría. Vi que el dueño de un restaurante de cocina española publicó en FC que no había nada que festejar, nada. En varios actos se repudio la fecha que marcó la llegada de europeos con la decisión de colonizar el nuevo continente. Esto me lleva a reflexionar sobre las razones del tira y afloje con la estatua de Colón donada en su momento por la colectividad italiana, e instalada frente a la Casa Rosada, la idea de cambiarla por otra de Juana Azurduy, y, en definitiva, la repulsión que provoca en algunos la idea de recordar la conquista o descubrimiento de América. Muchas de esas personas, sin embargo, ni siquiera están informadas sobre las diferentes etnias originarias, y mucho menos mueven un dedo para rescatar del olvido costumbres, lenguas, tradiciones que no deberían perderse.
Tampoco ponen en la mesa de debate, junto con el genocidio llevado a cabo en épocas de la conquista, la masacre de pueblos originarios en campañas como la llamada del Desierto, en la región pampeana y Patagonia, o la conquista del Oeste en América del Norte. Pensaba, también, que la lengua castellana, catalana, gallega, no existirían si los romanos no invadieran Hispania en su momento, a sangre y degüello. Y en lo irracional que sería demoler la Muralla de Lugo, el acueducto de Segovia, para olvidar la romanización de nuestra cultura, o destruir la Alhambra que recuerda siete siglos de dominación árabe. La fusión cultural suma, enriquece. Nuestro pulpo a la gallega sería otra cosa sin la papa y el pimiento, y el locro es sin duda más sabroso con la carne de cerdo. No estoy de acuerdo con el concepto de “civilización o barbarie” defendido por Sarmiento (descendiente de gallego) y otros miembros prominentes de la oligarquía dominante en la década de 1880.
En apuntes tomados por Lucio Victorio Mansilla en su ‘excursión’ a tierras de los Ranqueles, este general, escritor, periodista, dandy agasajado en París, sobrino de Juan Manuel de Rosas, se sorprende al ver más similitudes que diferencias en la manera de gobernarse de los indios, y al asistir a su Asamblea presidida por el cacique Paghiturz Guor (llamado Mariano Rosas por los cristianos) para decidir si aceptan o no el tratado de paz propuesto por los ‘huincas’, observa métodos muy parecidos a los utilizados en el Parlamento de Buenos Aires, incluyendo acuerdos previos, alianzas de coyuntura, discursos e insultos.
Apunta Mansilla: “…prefiero la barbarie a la corrupción, como prefiero todo lo que es primitivo a lo que está ya empedernido y no es susceptible de variación”. Un sentimiento similar habrá llevado al pintor francés Paul Gauguin, contemporáneo del general argentino, a exiliarse en la Polinesia. Hablamos, entonces, al recordar el 12 de Octubre, del encuentro de civilizaciones diferentes, no de hombres civilizados y otros salvajes. Recordemos que el término bárbaro fue aplicado por griegos, y luego tomado por los romanos para designar al otro, al diferente, al que hablaba otra lengua, al extranjero (en ese sentido, de conocer la palabra, los aztecas bien podrían haber llamado bárbaro a Hernán Cortés, cuyos rasgos de salvajismo son descriptos por los cronistas que lo acompañaron en sus campañas).
Los gallegos sufrimos el mote de bestias, burros de carga, ignorantes, brutos que no hablábamos bien el castellano, o balbuceábamos un castrapo deslucido; en nuestro propio país, y en los países de acogida fuimos señalados como diferentes. Por ello, por haber sufrido en algún grado el escarnio en carne propia, debemos defender con ahínco la diversidad cultural, el respeto por la cultura ajena. Aprender las lecciones de una historia que no se puede cambiar, pero si evitar que se repita.
En lo que nos toca, sigamos trabajando para difundir la cultura propia, la lengua, en los medios que lo permiten, las tradiciones; estemos atentos para que hijos y nietos sientan orgullo por la identidad de sus mayores, parte indestructible de su propia identidad. Es pertinente en este punto, recordar unas frases del filósofo Eduardo Sanguinetti: “Vivimos quizá una época histórica en la que hemos visto cómo grandes utopías han quebrado. Ahora, se mantiene vigente más bien una utopía sin pretensiones, que había permanecido latente, oscurecida por la prepotencia de las demás. El hombre de hoy se siente cómodo en un ambiente poco agresivo, tolerante, en el que los individuos, más liberados de la influencia de los demás, se disponen a probarlo todo. Se ha abolido lo trágico y se navega con soltura en una mentalidad frívola, no comprometida, devaluadora de lo real.
El siglo XX, que ha sido, posiblemente, el más sangriento y trágico de la historia, justifica el descrédito de la seriedad, porque en el origen de esas grandes tragedias aparece siempre alguien que se tomó algo demasiado en serio, fuese la raza, la nación, el partido o el sistema. La sociedad desconfía, con razón, de todo fanatismo. Hay un valor máximo, que es la libertad, y el resto son procedimientos para conseguirla. Le cuesta admitir cualquier afirmación sostenida con vigor”.


Guiso de verduras-Ingredientes: 300 grs. de arvejas, 300 grs. de zanahorias, 500 grs de papas, 1 cebolla, 1 cebolla de verdeo, 150 grs de calabaza, 2 dientes de ajo, 2 hojas de laurel, 1 vaso de vino blanco, sal, aceite.
 

Preparación: Pelar las papas, la calabaza, y las zanahorias y cortarlas en cubos de 3 centímetros. Rehogar las cebollas picadas, y los ajos, en 2 cucharadas de aceite, incorporar las zanahorias, el laurel, echar el vino y dejar cocer 10 minutos. Incorporar las papas, añadir agua caliente o caldo de verdura. Por último poner las arvejas, dejar que todo esté tierno, espolvorear perejil picado y servir.