Opinión

Cocina Gallega

El 16 de febrero de 2008, escribí en esta columna sobre la Bella Otero, inspirándome en el poema ‘Danza sencilla para la Bella Otero’, de Alejandro Bogor Jiménez, publicado en el insoslayable blog ‘Inmigración y literatura’, de María Marta González Rouco. Ahora leo (en realidad, vuelvo a leer) en el blog del escritor Gerardo Ortega, de Pinar del Río, Cuba, un texto de Bogor Jiménez donde plantea algún disenso, y opiniones sobre mí, que obedecen seguramente a un desconocimiento de mi vida. Por aquello de que uno no se baña nunca en el mismo río, retomo el tema (aunque no recuerdo si ya escribí sobre el mismo). Comienza Bogor diciendo: “La opinión del culto cocinero gallego Manuel Corral Vide, inmigrante en Buenos Aires, acerca de la Bella Otero, me recuerda aquello de “pedirle peras al olmo”, “tomar el rábano por las hojas” y “botar el sofá”. Lapidario. Me suena a “¡qué podemos esperar de un cocinero!”. Según este caballero, su texto ofendió mi orgullo (en realidad disfruté el poema). Y añade: “cuando se trata de las nostalgias del terruño remoto, su memoria “se inunda” de selectivas visiones preconcebidas, le exige frutos inesperados e imposibles al árbol talado y hace constar, una vez más, cuan probables son el desagradecimiento y la ingratitud humanas”. No sé en que se basa el autor del poema, ya que soy uno de los que plantea eludir tópicos y escribir sobre la cruda realidad de nuestro país, destacar los valores culturales y la labor de los artistas gallegos. Los críticos contemporáneos de la bailarina, y no yo (como señala Bogor), destacan su “cintura de avispa” y su “busto desafiante”, algo que salta a la vista en sus fotografías. Pero también aclaran que tanto ella, como otras colegas subidas a la moda del “españolismo”, no eran profesionales, y no descollaban por su arte sino por su belleza, vida disipada y seducción de hombres poderosos. Luego dice, como justificativo de haber transitado lechos y fatigado amantes adinerados, que la Otero “nació en una aldea donde reinaba la miseria”, y se pregunta: “¿podrá saber un degustador de platos de alta cocina gallega en un restaurante de Buenos Aires qué significaba esto en la aldea de Ponte de Valga en 1os años 1870 y siguientes?”. Le respondo: Sí, amigo Bogor, sé muy bien de qué se trata, no me contaron qué es el hambre, la viví, no piense que las aldeas de Galicia en 1952 eran muy diferentes, ni piense que la vida de los emigrantes es un lecho de rosas, ni que optar por manejar los fogones en un restaurante de Buenos Aires para promocionar la cocina gallega, en vez de una pizzería o una parrilla, es un buen negocio. El gran y admirado poeta Martí, en tanto hombre, no podía no admirar la belleza y seducción de la Bella Otero, ni dejar de inmortalizarla en su poema, idealizando su figura. Toulouse-Lautrec y otros pintores nos han legado imágenes de mujeres que deslumbraban con sus hazañas amatorias, cuyos nombres nos resultan familiares (como Jane Avril o La Goulue), aunque no fueran buenas bailarinas y cantantes, por haber posado para ellos. Mata-Hari no entró en la historia precisamente por sus aptitudes artísticas. Sin querer, Bogor reconoce el origen de este prestigio póstumo cuando escribe: “Poner a ricos y famosos a sus pies y en su cama fue después una venganza personal de la Otero contra la injusticia social que se cebó en su carne. Sus hazañas en ese sentido son cosa pasada (¿?). Pero la danzarina no: vive en la poesía”. Como viven algunas prostitutas ignotas en los dibujos de Van Gogh, o la Rubia Mireya en el imaginario popular porteño. La negación de su origen gallego era casi obligatorio en una época en que lo “flamenco” hacía furor en París y otras capitales de Europa, y Carolina Otero no sería la excepción, siempre se presentó como andaluza de madre gitana, y eso hago notar en aquel artículo publicado en 2008, mientras reivindico la valentía de Rosalía de Castro (con igual origen de pobreza y el estigma de ser hija natural de un sacerdote), al pregonar a los cuatro vientos su orgullosa condición de gallega, escribir en gallego y hacer visible las luchas de un pueblo marginado y oprimido por el centralismo de Madrid. Le diría al amigo Bogor Jiménez que es peligroso justificar prostitución, drogas o robos por una situación de pobreza. El 99,9% de los emigrantes gallegos huyeron de la miseria, la promiscuidad y la injusticia, y lograron labrar un futuro en base al sacrificio y el trabajo honesto. Y antes de ir a la cocina (si bien, según su criterio, no se puede pedir peras al olmo, ni, supondrá, poesía a un cocinero), les dejo algunos versos inspirados en nuestra tierra: “Auga. // Deteñome / no bordo mesmo / do silencio / escarpado. // Onda xigantesca / e muda / cristalizase / no aire. // Teño, / percebe solitario, / un desexo enorme / de ser mar, // auga, / territorio amplo, / sonoro desafío, / auga”.

Guiso de verduras

Ingredientes: 500 grs. de zapallitos, 1 morrón, 1 cebolla, 400 grs. de tomates, 500 grs. de papas, 1 cebolla de verdeo, 1 rama de perejil, 2 huevos, aceite, sal.

Preparación: Rehogar la cebolla picada en aceite, dorar los ajos, incorporar el morrón picado, el verdeo y el perejil. Pelar los tomates, picarlos y añadir al guiso, con los zapallitos en cubos pequeños, sin semilla. Incorporar las papas también en cubos. Agregar agua o caldo de verdura, salar, y dejar guisar hasta que las verduras estén tiernas. Unos minutos antes echar los huevos batidos.