Opinión

Cocina Gallega

La imagen está fija en algún rincón de la memoria, fotografía ajada que se niega a huir de la luz y el papel amarillento.

La imagen está fija en algún rincón de la memoria, fotografía ajada que se niega a huir de la luz y el papel amarillento. Rayos y centellas iluminando los montes y el valle, cuevas y torres de iglesias;  aullidos de lobo, mugido nervioso de vacas melancólicas, gruñido del perro guardián, temblor de cerdos y gallinas, alerta de gallo; brisa helada, navaja hechizada, y Santa Compaña deslizando su música detrás de las sombras del cruceiro, lluvia finalmente. En la casa de piedra, calma y expectativa de los niños esperando el remate inesperado del cuento que balbucea la abuela con gestos teatrales y signos misteriosos que cortan el aire calido, y hasta los aromas entrañables que emanan del caldero. Están lejos los barcos, el mar inmenso; y la tierra prometida, América, es solo un sueño postergado. Pasaron muchos años, agua corrió debajo de los puentes; hemos vivido aquí y allí, recibimos heridas, besos sanadores, miradas indiscretas y hospitalario abrazo. Gritos antecedieron al silencio, miradas al suspiro. Cumbia, tango, milonga, zamba, muiñeira, candombe, habanera, a los nuevos acordes de Carlos Núñez; remolino de sonidos, y la morriña instalada en la mesa y la cocina.

Después de años de lucha sorda, y sentimientos encontrados, la Democracia y luego la Autonomía generan expectativas en una Diáspora donde todos se sienten Ciudadanos de pleno derecho. No todas fueron flores en el camino recorrido, el silencio impuesto por décadas (que sólo tenía voz en la Emigración) se volvió clamor, y la humildad soberbia. Los hijos espallados polo mundo en ‘residentes ausentes’.

Vientos huracanados inquietan el Río de la Plata donde flota aun la música del gaitero trovado por Federico García Lorca. Elección tras elección, buscaron algunos cercenar con éxito derechos adquiridos. Eran tiempos de fiesta, tirar manteca al techo al estilo de los estancieros argentinos de la Belle Epoque anclados en París. Sentirse europeos, dueños de la vaca lechera. Pero tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. Y la crisis golpeó con fuerza inesperada, la estocada llegó sin previo aviso y penetró hasta el hueso, dañó el orgullo, ¿despertó la memoria aletargada? Nosotros, los RA, los que vivimos fuera, estamos lejos de los incendios pero no indiferentes, nunca fuimos indiferentes a los avatares de nuestra tierra, ‘nosa terra’. Nunca estuvimos ausentes porque la tierra está en nosotros.

Ahora el presidente Feijóo llama a elecciones adelantadas, y ya vuelve la polémica si voto rogado sí, si voto no, etc. Uno siente que lo usan de acuerdo a necesidades coyunturales. Y al paso que vamos, entre los  millones de descendientes de gallegos que andan por el mundo, en una o dos décadas se puede encontrar la persona que gobierne con más perspectiva y experiencia los destinos de nuestra Patria. Por una razón sencilla: en la emigración siguen los hombres y las mujeres desterrados aferrados a la cultura propia, y se genera una fuerte identidad que la globalización amenaza diluir en el territorio político a mediano plazo. Simon Bolívar, Miguel de Cervantes, tenían ascendientes gallegos. El gallego Alfonso Graña, llego a ser rey de los jíbaros del Amazonas. El padre de Fidel y Raúl Castro era gallego, el de Paulina Rubio, también. Es polémica la versión que menciona a Niki Lauda como nieto del gallego Juan Lauda Crespo. Caldeiro, el astronauta argentino-estadounidense es hijo de gallego. En fin, Julio Iglesias y el actor Martín Sheen (alias de Ramón Antonio Estévez) son hijos de gallegos. Vienen a cuento estos pocos ejemplos por aquello de la semilla que lleva el viento y germina en suelo fértil, y la facilidad que tenemos para adaptarnos a todo tipo de tierras sin perder la impronta, lo peculiar heredado por origen. Y en definitiva, para recordar el enorme patrimonio humano y cultural que tiene Galicia puertas afuera. Patrimonio que sería una lastima desperdiciar por egoísmo o ceguera, por inseguridad, tal vez una especie de síndrome del hermano del hijo prodigo, el primogénito que con soberbia reprocha al padre que reciba al que un día se fue, y vuelve derrotado, dilapidada su herencia. No es el caso del emigrante, que salió sin nada de su tierra.

Cuando pudo envió ayuda a sus familiares y paisanos, y nunca le dio la espalda a su cultura, sino que la mantuvo viva cuando en el país de eso no se podía ni hablar. Voy a la cocina con la certeza de que en octubre debemos participar activamente en el acto eleccionario, demostrar que seguimos luchando para no perder ni la voz ni el voto que la Constitución y el Estatuto nos otorgan. Si no lo hacemos daremos la razón a los que quieren catalogarnos como ciudadanos de segunda, ausentes, nada. Vamos con una de las recetas rescatadas por Don Álvaro Cunqueiro, y una copa de vino para alegrar el espíritu.

Ingredientes de la merluza en leche: 1 ½ de merluza cortada en postas de 5 centímetros, limpia y sin escamas. 1 limón, ¼ litro de leche, 2 cucharadas de perejil picado, 50 grs. de pan rallado, 50 grs. de manteca, sal y 8 papas cocidas.

Preparación: Limpiar y secar el pescado. Sazonar con sal y jugo de limón. Dejar marinar una hora con la leche en la fuente de horno. Cubrir con el pan rallado, perejil picado, manteca y llevar al horno 30 minutos. Servir con las papas al natural.