Opinión

Vieja, pero vieja

La mayoría de los gallegos que leen este semanario, los de la inmensa América que emerge entre los estrechos de Bering y Magallanes, viven en países en plena efervescencia demográfica. Viven en sociedades jóvenes y con jóvenes que, en las naciones latinas, nacen con medio pan bajo el brazo, pues nunca en 500 años se habían dado semejantes cotas de formación universitaria, autonomía en la gestión de la riqueza nacional y, sobre todo, conciencia política de igualdad frente a los seculares abusos coloniales (el último de ellos, el fraudulento concurso para dar un pelotazo en las obras del canal de Panamá). Estos datos poblacionales contribuyen todavía más a confundir la idea soñada que nuestros emigrantes tienen de la Galicia que abandonaron hace medio siglo o más, convencidos de que dejaban la gran Europa para aventurarse en la incertidumbre americana. Imaginan que habrá seguido progresando. Pues la Galicia de hoy envejece y no sólo demográficamente. Hay vejeces buenas, como la de mi tía Cristina de ochenta años que a cada paso se hace anciana más tierna y abre el camino a lo nuevo. Y hay otra vejez mala, que es la de un pueblo que se consume y se apaga. Los últimos estudios oficiales revelan que Galicia perderá 150.000 habitantes en los próximos diez años. En 2013 hemos ido a 10.000 entierros más que a nacimientos y esta es una cifra en progresión según los expertos. A esto hay que sumar un movimiento migratorio desastroso: no recibiremos inmigrantes porque no generamos ningún atractivo y, peor todavía, nuestros jóvenes más talentosos aumentarán su emigración a otros países escapando de la miseria, dejando un paisaje cada vez más desolador. Pero irán los políticos de turno a visitarles a ustedes, les venderán mil cuentos chinos sobre lo que hacen por nuestro país y la mayoría de ustedes les aplaudirán. Es nuestro destino histórico.