Opinión

El universo de los pueblos celtas, según el ensayista Marco Simón

El universo de los pueblos celtas, según el ensayista Marco Simón

“De todos los pueblos ‘bárbaros’ con los que los griegos y los romanos entraron en contacto en Europa, los celtas son indudablemente los más importantes, hasta el punto de que los textos más antiguos identifican la Céltica con la Europa al norte de los Alpes”, escribe en la ‘Parte I. Introducción’ Francisco Marco Simón en su libro titulado Los Celtas, Historia 16, edición especial para ‘Alba Libros, S.L.’, Madrid, 2006. “Ya Eforo, el historiador griego del siglo IV, los señalaba como uno de los cuatro grandes pueblos que, para los griegos de su tiempo, representaba la ‘alteridad’ –pues en este sentido hay que entender el concepto helénico de ‘barbarie’–; los otros mencionados son los escitas, los persas y los libios”, agrega Marco Simón, profesor titular de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, cuya actividad investigadora se ha venido centrando sobre todo en el estudio de la religión y mentalidad en el mundo antiguo, al igual que en el análisis de las pervivencias indígenas y los contactos culturales en la Hispania romana.

De los celtas decía Diodoro de Sicilia, el célebre historiador griego del siglo I a.C.: “Estos son los que tomaron Roma, los que saquearon el templo de Delfos e impusieron tributo a gran parte de Europa y a no poca de Asia y se asentaron en tierras que habían conquistado por la guerra, los que se llamaron helenogálatas por la mezcla con los griegos y los que, en fin, destruyeron muchos ejércitos romanos”. La cultura céltica ha sobrevivido en Europa, contribuyendo de forma decisiva a su propia definición. Ellos crearon la legislación y la literatura más antigua del continente –excepción hecha de Grecia y Roma– y su lengua se sigue hablando en regiones muy concretas de Irlanda, Gales, Escocia o la Bretaña francesa: espacios en los cuales –como en Cornualles o en la isla de Man– la huella de sus costumbres ha persistido con fuerza en verdad decreciente, pese al renacimiento del interés por su cultura llevado a cabo desde hace unos cuantos años.

Estos, digamos “bárbaros clásicos”, se encuentran, por consiguiente, en los orígenes de nuestra civilización. El estudio de su conocimiento científico se remonta al siglo XVIII, el acuñado “Siglo de las Luces”. La publicación entre 1760 y 1763 por James Macpherson de los poemas de Ossián –el “bardo céltico olvidado”– tuvo una enorme repercusión entre los sectores intelectuales. A pesar de que se tratara de una falsificación, abrió el sendero a una nueva ciencia, la “celtología”, que permite estimar iniciada en 1853 debido a la publicación de la Grammatica Celtica de Zeuss en Munich. Durante la Edad Media el universo bello y misterioso de las leyendas célticas se difunde a causa de la excepcional figura de Arturo –“redescubierta” por Geoffrey de Monmouth, o de textos como El viaje de San Brandán, otra figura del siglo VI–, quien, en su vertiente de aventura iniciática a la búsqueda del Paraíso, se transformó en uno de los llamados “Volksbücher” célticos por antonomasia.

Un renacimiento céltico brotó en el siglo XIX: una nueva consciencia de la “celticidad” y una voluntad de valorar y salvaguardar su legado. No en vano el festival galés de Eisteddfod data de esa época. Algunos estudiosos, debido a su sabiduría y arte, consideraron situarlo en relación con el “homo indoeuropaeus”. Evoquemos durante el solsticio de verano el conjunto megalítico de Stonehenge, en el sur de Inglaterra, con sus rituales druídicos.