Opinión

‘¡Siga el Corso!’ de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez

‘¡Siga el Corso!’ de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez

“Yo vi una noche, con alborozo juvenil, promediada la segunda década del siglo XX, improvisarse el último ‘corso’ céntrico importante que tuvo Buenos Aires”, escribe el sin par compositor y tangófilo Francisco García Jiménez en su fundamental estudio Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980. “Surgió efectivamente –prosigue con emoción– de lo espontáneo como todos los festejos gregarios que después se evocan con grata remembranza. Tres o cuatro coches de mascaritas femeninas con sus masculinos acompañantes, que iban a los bailes de los teatros, se metieron por la Avenida de Mayo, más o menos a la altura de la calle Salta; para hacer tiempo, paseando, porque el apogeo de la danza comenzaba recién a medianoche. Temían abundancia de serpentinas, ‘pomos’, ‘confetti’… No se concebía el culto a ‘Momo’ sin esa polícroma y bromista artillería”.

García Jiménez continúa describiéndonos aquellas alegres secuencias del Carnaval porteño. Nos relata cómo empezaron la batalla entre ellos y que en seguida se les agregó el público que, durante la noche de estío argentino, invadía las ‘veredas’ de los tradicionales cafés. Y he ahí que –igual que al conjuro de una extensa llamada misteriosa– al instante llegaron más coches a la anchurosa Avenida de Mayo. Y mayor muchedumbre colmó las ‘veredas’. Surgieron vendedores de serpentinas con sus bolsas al hombro, conformándose dentro de una gustosa informalidad, el ‘corso’ alegre, libre, sin barreras, que se prolongaría durante todas las demás noches de ese seductor Carnaval, acontecido entre la Plaza de Mayo y la Plaza de Congreso.

¿Quién no recuerda la música de Anselmo Aieta, evocadora de aquellas festivas estampas carnavalescas? “Esa Colombina/ puso en sus ojeras/ humo de la hoguera/ de su corazón…”. Transcurridos dos o tres años, hacia finales de la década de 1920, los ediles fijaron que el ‘corso’ de la Avenida de Mayo fuera oficial. Palcos de autoridades, además de palcos agregados. ‘Veredas’ a rebosar y cafés que no daban abasto ni siquiera sumando mesas y mesas. “Cruza del palco hasta el coche/ la serpentina/ nerviosa y fina,/ como un pintoresco broche/ sobre la noche/ del Carnaval…”.

“La hebra de la copla siguió creciendo en la imaginación”, agrega Francisco García Jiménez, explicando el tango ‘¡Siga el Corso!’ Rememoremos: “Decíme quién sos vos,/ decíme dónde vas,/ alegre mascarita/ que me gritas al pasar:/ -¿Qué hacés? ¿Me conocés?/ ¡Adiós, adiós, adiós!/ Yo soy la misteriosa/ mujercita que buscás…”. Aquel ‘corso’ oficial de la Avenida de Mayo se mantuvo hasta el inicio de 1930. Un lustro antes –Carnaval de 1926– el tango se estrenó en los bailes del ‘Club Eslava’ que, en compañía de la “orquesta típica” de Anselmo Aieta –nacido en 1896 y fallecido en 1964– y la banda de ‘jazz’ de Frederickson, se llevaban a cabo en los salones altos de la ‘confitería L’Aiglon’ de la calle Florida, entre Bartolomé Mitre y Cangallo: la que luego se llamaría ‘Boston’ y más tarde una gran galería comercial. Para los torneos –tiempo después degenerarían en violentas y a veces trágicas ‘patotas’ de nota policial– los coches de caballos pasaron a ser ‘mateos’ casi arqueológicos. “En el altavoz –concluye García Jiménez– sonó el potente disco de Carlos Gardel ‘¡Siga el Corso!’. Agradezco al destino haber sido elegido, con Aieta, para retener en un tango la primerísima estampa del gozoso Carnaval porteño”.