Opinión

“Recuerdo”, tango de Osvaldo Pugliese

“Recuerdo”, tango de Osvaldo Pugliese

“La noche porteña tuvo su ‘pequeño filosofo’, que dijo. ‘Si hubiera que dar figura vertebrada a la música del tango, su espina dorsal estaría en la calle Corrientes”, escribe el enorme poeta y tangófilo Francisco García Jiménez en su inmarchitable obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980. ¡Calle Corrientes! Aquella que fue místicamente “angosta”, desde la avenida Callao al bajo del Paseo de Julio, hoy avenida Alem. La otra Corrientes, empero, la de muy arriba, era la de Villa Crespo: la genealogía del tango. Su simbólico “compadre” intercambiaba confidencias en el viejo “Bar Argentino”, “de pecho a pecho” y “copa a copa”, en letra y compás tanguero, antes de venirse al “trocén”, hablando en el “vesre”, en buen lunfardo, esto es, silábicamente “al revés”. En el punto neurálgico, pues, de aquella barriada –que sería luego vivero de sainetes del teatro nacional– vino al mundo un pianista que no pocos califican de “sin rival” en el arte del “dos por cuatro”. ¿Su nombre? Osvaldo Pugliese, nacido en 1905, quien decoró con las mejores galas la cristalización de la “melodía ciudadana”.

El inolvidable Osvaldo Pugliese tocó de “pibe” el violín “de oído”, junto a Estebita, el cual tocaba el bandoneón y era repartidor de diarios, es decir, “canillita”. También con otro musicante al que decían “el tano siete liras”, que vivía en los fondos de una quinta de las calles Aguirre y Acevedo, en una improvisada “piecita” de madera que tenía un árbol en el medio. ¡Y el “pibe” del violín era Pugliese! Como no juntaba muchas moneditas para su hogar pobre, se hizo gráfico y trabajó en imprentas. Ganaba un peso y medio por día. Su padre tocaba “flauta y pistón” en bandas. Los ahorritos de la casa le permitieron estudiar en el Conservatorio del barrio: el del maestro, ¡casi nada!, D’Agostino.

Fue en el piano donde encontró su vocación Osvaldo Pugliese, aquel flaco adolescente del “caminar compadrito”. Al cabo de seis meses de estudiar piano, tocaba en un café de las calles Rivera y Godoy Cruz, por el jornal de cuatro pesos , desde las seis de la tarde hasta bien pasada la medianoche. El cafetín de marras estaba junto al arroyo Maldonado. Cuando en una de esas frecuentes refriegas mataron al vigilante Cardozo, juzgó Pugliese que era cosa de “rumbear” el camino hacia “pagos” menos arriesgados. Como solista empezó a tocar el piano acompañando las películas mudas en cines de barrio. O bien integraba algún “trío” para acompañar el “varieté”. Y así fue apropincuándose al mágico ensueño de la “Corrientes angosta”. Subió al palco del imborrable “café Domínguez”. Era la orquesta “típica” de la bandoneonista Paquita Bernardo –de Villa Crespo, igual que él–, idílica figura fallecida a los veinticinco años. Aquel “café Domínguez”, de Corrientes, entre las calles Paraná y Montevideo…

Pugliese asimismo actuó en algún que otro café con “el francesito Pollet” en el bandoneón y los violinistas Pedrone y Marchiano. También en el café “El Parque” de la esquina de las calles Lavalle y Talcahuano. Pugliese por entonces compuso un tango titulado Recuerdo, en 1924. A los tres años, este tango abrió su paseo triunfal a partir del “canto y contracanto” con que lo arrullaban los “fuelles” de Maffia y Laurenz, al estrenarlo en la orquesta de los De caro. Muchos años después, el dibujante Luis Medrano, creador de los “grafodramas” en el diario La Nación, ilustró una carátula fonográfica de tangos. García Jiménez recuerda: “Mirá ese cuadro… ¡Decime si no están escuchando Recuerdo, de Pugliese!”.