Opinión

Rafael Tuegols y las noches del tango ‘Zorro gris’

Rafael Tuegols y las noches del tango ‘Zorro gris’

“Pongo mucho fervor del corazón para recordar a Rafael Tuegols, brillante músico del tango, nacido en marzo de 1889 y fallecido en abril de 1960”, confiesa el enorme poeta y tangómano Francisco García Jiménez en su esencial libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor , Buenos Aires, 1980. Francisco García Jiménez lo conoció cuando era un muchacho quinceañero, ávido de alternar con los mayores. Rafael Tuegols le llevaba diez años y lo trataba de igual a igual dentro de la camaradería. Transcurridos cinco años, el tanguista con su música. Él, con sus versos adolescentes. Resulta que un día de 1920, tras un tiempo sin ver a Tuegols, le dijo a Francisco un amigo común: “Rafael te espera una de estas noches en el café de ‘La Paloma’, frente a los cuarteles de Palermo. Quiere que escuches un tango que acaba de componer”. Y allá fue. Mientras tanto, Tuegols tocaba con su orquesta “típica” en el modesto palquito del célebre cafetín que, semejante a un habitual “conventillo” de ‘Villa Crespo’, tomaba su nombre de la moza que tuvo enloquecidos a tantos y tantos enamorados.

Rafael Tuegols se estrenó públicamente para el tango en el año 1914. Fue en un café de la esquina que, andando mucho tiempo, tendría un delicado poeta sobre compases de dos por cuatro: “San Juan y Boedo antiguo… Y todo el cielo”. Roque Ardid en el piano. Antonio Guzmán en el bandoneón. Y Luis Aulisini en el clarinete. Tuegols, el maestro, además de violinista de escuela y chispeante humorista. Cuidaba “la  pinta”, hasta el punto de usar galerita y bastón, aparte de buenas “pilchas”. “Al año de tocar en el café de ‘San Juan y Boedo’, su cuarteto tomó notoriedad en la populosa barriada y el patrón debió levantar la cotización de sus músicos –nos invita a evocar Francisco García Jiménez–. Con esos pesos, Rafael enfiló a una sastrería seguido por sus compañeros, y encargaron cuatro ‘smokings’. Fue el primer café de barrio que en el palquito de orquesta hizo semejante ‘escombro’. Y no creo que haya tenido émulos”.

Profundo amigo de Eduardo Arolas era el gran Tuegols, quien anhelaba tocar junto a él en el ‘cabaret Tabarín’, de la calle Suipacha. El ‘tigre’ del fuelle no ocultaba sus prejuicios en torno a los arrestos de elegancia de su amigo: “Salí. Vos no tomás en serio el tango, y estás cachando a los de ese café de Boedo. ¡Si sos un jailaife que naciste para concertista!” Arolas, no obstante, estaba errado. Con su prestancia y su violín de escuela, pero “tanguero”, Tuegols llegó un día al ‘cabaret Montmartre’, de la calle Corrientes, del brazo del bandoneonista Brignolo, el cual asimismo “se las traía” en cuanto a lo del “empilche”. Tanto le gustó a Arolas que cinco años estuvo el violinista a su lado, hasta que formó orquesta propia y se separaron amistosamente. Si ahora volvemos al año 1920, cuenta García Jiménez que una noche se sentó a una mesa del café ‘La Paloma’. Desde el palco Tuegols le hizo un saludito con un acorde del violín, al que le agregó una guiñada de complicidad.

La orquesta arrancó con El esquinazo, de Villoldo, con esos golpes regulados que los bailarines marcaban a tacón limpio. El público no cesaba de pedirle: “¡Zorro gris!... ¡Zorro gris!...”. La piratería llegó al “summum” con este tango debido a la débil ley de propiedad intelectual. Se adelantaron los falsificadores a la ‘Casa Breyer’, que lo puso en venta legalmente. La primicia, en estos versos: “Cuántas noches fatídicas de vicio,/ tus ilusiones dulces de mujer…”.