Opinión

Primerísimos balbuceos del tango rioplatense

Primerísimos balbuceos del tango rioplatense

“Al menos hasta que se descubra documentación todavía inédita, el tema de los primeros tangos es mueve en el plano de las aproximaciones o, sencillamente, de lo conjetural. Se conocen los títulos de algunas melodías que, con el nombre de ‘tangos’, se escucharon en los teatros del Río de la Plata en la década de 1880”, afirma el reconocido poeta y ensayista argentino Horacio Salas en su excelente obra El tango (estudio preliminar de Ernesto Sábato), Editorial Planeta Argentina, 1ª edición, Buenos Aires, agosto de 1986.

“Pero, en general, se trataba de simples ‘habaneras” –prosigue Horacio Salas–. La carencia testimonial se acentúa a causa de que por entonces los auténticos tangos no se editaban, lo que era lógico: los músicos desconocían la lectura del pentagrama, y de manera casi unánime realizaban meras improvisaciones; en el mejor de los casos, los precarios ejecutantes reiteraban algunas melodías que su buen oído les permitía memorizar. Tampoco muchas”. Existe coincidencia, pese a todo, entre los ensayistas y tangófilos acerca de un haz de títulos, si bien algunos de ellos tendentes a la ‘habanera’; otros, evocando la ‘milonga’. Tales composiciones eran frecuentes dentro de los repertorios de los primitivos “tríos de flauta, violín y guitarra”. O bien entre los “musiqueros” que ofrecían “acordes” en alguna que otra “pulpería” de los suburbios o en la “rueda” nocturna de un sabroso “fogón”.

Recordemos así que El Queco –o El Ke-Ko– era ya cantado por las tropas porteñas del general Arredondo durante los días de la sublevación del general Bartolomé Mitre, tras las elecciones de 1874 que dieron la presidencia a Nicolás Avellaneda. El vocablo “queco” o bien “keko” fue, a lo largo de décadas, sinónimo de “burdel”. Se conserva una “letrilla” que dice así: “Queco, me voy pa’l hueco,/ negra, déjame pasar./ Queco, que me voy pa’Europa/ Queco, tendeme la ropa”.

El ensayista y estudioso Roberto Selles mantiene la teoría de que El Queco no es sino un “tango andaluz”, cuyo primigenio título sería probablemente Quico, afectuoso sobrenombre de “Francisco”. Para ilustrar su tesis transcribe una “letra andaluza” extraída de un relato de finales del siglo XIX –Un batuque– del uruguayo Benjamín Fernández Medina: “Quico, vámonos al baile,/ Quico, yo no quiero ir,/ con el quico, riquico, riquico”. Ahora bien, a fin de indagar en la génesis del tango, no faltan autores que se remontan hasta El Negro Schicoba, tema estrenado en la pieza de idéntico nombre, obra de José María Palazuelos, hacia 1867. Parece, no obstante, haberse tratado de un derivado del “candombe”, al cual denominaban “tango de los negros”.

Desde luego, jamás faltaron los “tangos peninsulares”, que en el Río de la Plata incluso fueron cantados con “acento” importado. He aquí el caso del Tango de la casera, asimismo denominado Señora casera o Tango de los merengazos, cuya “letrilla” denota un linaje andaluz: “-Señora casera,/ ¿qué es lo que s’arquila?/ –Sala y antesala,/ comedó y cosina”. Para continuar: “Sí, sí, sí,/ a mí me gustan los merengazos./ No, no, no/ a ti te gustan los medios vasos”. Esta confusión estriba en el hecho de que  era habitual que los “tangos andaluces” fueran cantados bajo la atmósfera de las calles de Buenos Aires o vertidos a la “idiosincrasia criolla”