Opinión

Personificación y alegoría en ‘Os Lusiadas’ de Camoens

Personificación y alegoría en ‘Os Lusiadas’ de Camoens

Las fuerzas que continuamente actúan en el poema épico Os Lusiadas de Luis de Camoens, a lo largo de todo el viaje, son aquellas que, en la batalla entre los marinos y la hostil naturaleza, simbolizan los terrores y peligros que al ser humano –“ser de tierra y además pequeño”– le pone en riesgo su propia fragilidad, al igual que la seguridad en la audacia que los portugueses tan excelentemente personifican. He aquí la esencia del discurso del dios Baco, el enemigo, a los dioses marinos, a quienes amenaza con el progreso del hombre que terminará despojándoles de su categoría divina. Alegoría que con más certeza se adecúa a este célebre poema del heroísmo del hombre. El cual, impelido por el afán de desvelar los secretos de la naturaleza, cruza las fronteras prohibidas.
Luis de Camoens bien lo ilustra en el ‘Canto VI’, cuando el dios Baco se dirige al palacio de Neptuno para solicitar que apoyen su propósito de destruir la escuadra lusitana. “En lo más recóndito de las profundas cavernas del mar se oculta, en los insoldables abismos de donde se precipitan furiosas las olas, cuando responden a las iras del viento”.
El intenso poema asimismo refleja, como era de esperar, las desgracias con las que tales osadías cobran su grave tributo. De modo que el conflicto que brota en el corazón de los hombres entre el miedo a las posibles adversidades y la valentía que sabe enfrentarlas se nos revela en la alegoría del ‘Viejo de la Playa’. Su voz se yergue en medio del coro –digno de una tragedia griega– que conforman las lágrimas y los lamentos con los cuales las madres y las esposas de los navegantes se duelen de la herida de la separación. Más ‘El Viejo’ no sólo personifica la actitud del hombre común, contrario a toda arriesgada empresa, sino también la honda y unánime reticencia con que incluso las almas de gran fortaleza acogen todo peligro: “El fuego que Prometeo trajo del cielo y que comunicó al pecho humano, fuego que encendió al mundo muertes y deshonras (¡oh, decepción cruel!)”. Concluyendo así: “La raza humana no por eso deja de acometer arriesgadas y nefandas empresas, aunque para ello tenga que arrostrar el fuego, el hierro, el agua, el calor o el frío. ¡Oh, desgraciada suerte! ¡Oh, mísera condición!” (“Canto IV, 104”)
Recordemos que las vagas amenazas del ‘Viejo de la Playa’ se concretan en las palabras con las que Adamastor explica cómo castigará la osadía de los navegantes que cruzan mares hasta entonces intactos: “Sin que jamás fueran surcados por extraño ni propio leño”. Y así dice: “Si no me equivoco, espero tomar en breve venganza cruel del que me descubrió; y no pararán aquí los funestos efectos de vuestra pertinaz confianza, sino que veréis sufrir a vuestras naves cada año (siendo cierto lo que preveo) naufragios y pérdidas tan desastrosas, que habréis de tener la muerte por el menor de todos los males”.
Evoca, pues, el poema camoensiano aquella triste suerte en los lejanos parajes de su propio descubridor, Bartolomé Díaz, así como también de Don Francisco de Almeida, “el primer virrey ilustre, cuyas prósperas victorias elevaran hasta los cielos”. Igualmente, los sufrimientos y el final de Manuel de Soussa Sepúlveda, “honrado caballero, famoso enamorado y liberal, trayendo en su compañía la que de amor le hizo magnífica y dulce prenda”.